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Los Ejércitos

Un pueblo de Colombia corre la mala suerte de estar en medio de camino de una ruta de salida del trasporte de la coca. El enfrentamiento entre ejército-paramiliatres y guerrilla por su control, desencadena una violencia atroz, que no finalizará hasta la plena destrucción del pueblo y sus habitantes. Este es el marco del libro de Evelio Rosero “Los Ejércitos”, ganador del II Premio Tusquets Editores de Novela en el 2007 y el Foreing Fiction Prize en el 2009. El escritor colombiano viene precedido  por una serie de premios y críticas favorables que sin duda lo arropan. Pero el inconveniente de “Los Ejércitos”, no está en lo que dice, sino en lo que no dice. Es un relato llevado al paroxismo de la victimización.

Es sin duda un acto valiente escribir hoy, como hace Rosero, sobre la guerra  sin cuartel que padece Colombia. Es también importante dar a conocer al mundo las innombrables atrocidades que se cometen en medio de la guerra, por parte del ejército, los paramilitares y la guerrilla.

El desplazamiento forzado del campo a la ciudad debido a la guerra, que es el trasfondo de la novela de Rosero, es una herida abierta que afecta a Colombia y a toda la región. Aproximadamente 3.5 millones de colombianos son oficialmente “desplazados por la violencia”. De estos, tres millones son desplazados internos, de los pueblos a las ciudades; unos 250 mil han huido a Ecuador y otros 250 mil a Venezuela, Panamá o Costa Rica. La tragedia de los que huyen para no morir, hace de Colombia el segundo país del mundo en número de desplazado, después de Sudán.

Pero dicho esto,  el valor literario de los ejércitos deja mucho que desear. No porque lo que dice el libro no sea cierto. Incluso el autor parece basarse en acontecimientos reales extraídos de la prensa y situados literariamente en un mismo lugar y momento. Ahora bien, ¿qué tipo narración nos propone Rosero en “Los Ejércitos”? Se trata de un relato reducido a una sola dimensión: el de la victimización absoluta del pueblo llano.

Su protagonista, un profesor de escuela jubilado, ve cómo son devorados por la guerra su pueblo, sus vecinos, sus amigos, su familia, él mismo y su vida íntima (miedos, deseos, sexualidad y cordura).  Las pequeñas alegrías y la relativa tranquilidad del jubilado, son barridas como un ciclón por el paso de “Los Ejércitos”. El libro describe con precisión hechos atroces y siniestros que padecen las víctimas de la guerra atrapadas en el infierno. Por ejemplo, la degradación moral de las tropas de paramilitares, guerrilla y ejército, que llegan,  incluso, a violar un cadáver de una hermosa mujer que acaban de matar.

Pero al abordar el relato exclusivamente desde el plano de la victimización desaparece de “Los Ejércitos”, por ejemplo, ese humor revulsivo con el que los colombianos atacan diariamente su propia tragedia personal y social. Es cierto, pero no está en el libro. No hay rastro de esos hombres y mujeres valientes que pelean furiosamente contra sus propias  circunstancias. Cierto, pero no está en el libro. Ni sombra de la vida que se abre paso en la muerte y que sorprende en todos los rincones de este país olvidado de la mano de Dios. ¿Dónde están los antagonistas? Porque todo, incluso la guerra, tiene su contrario.

Alguien podría decir que este no era el objetivo del libro, sino la denuncia de la situación de las víctimas. Bien. Pero ¿a qué nivel queda la denuncia? Porque todo parece destinado a ser así, en el miasma de brutal  inmoralidad descrito en la novela. Los actores (los guerrilleros, los soldados, los paramilitares) son simples monolitos exentos de contradicciones y cumplen el papel asignado.

Por otra parte, muy importante, no aparece nada “arriba” de estos actores. Han desaparecido los políticos, los jefes militares, los poderes fácticos de alto nivel (de dentro y fuera del país) sin los cuales, lo sabemos, esta guerra habría acabado hace mucho tiempo y, ni siquiera, habría empezado.  No se “eleva” la mirada y, por tanto, la comprensión del lector.

Para dar testimonio de la devastación no se puede eliminar la contradicción, hay que meterse y hurgar en ella. Aunque no se tengan respuestas. Eso es la gran literatura. En ese sentido, como contraejemplos literarios a “Los Ejércitos” (en este caso de la “devastación” en Centroamérica) tenemos la obra muy recomendable del salvadoreño Horacio Catellanos Moya o el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa.

Tres libros valientes sobre Centroamérica

Para conocer qué es El Salvador hoy, es imprescindible la lectura del genial escritor Horacio Castellanos Moya.  Para conocer realmente el agujero negro en que quedó convertida Centroamérica (particularmente El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua) es imprescindible la lectura de Castellanos Moya.

La guerra dejó en el país 85 mil muertos, un número inestimable de desaparecidos y la más absoluta impunidad. Pero la guerra continúa.

En el 2009 fueron asesinadas en El Salvador 4.365 personas, muchas de ellas por desconocidos escuadrones de la muerte que operan en el país, controlando el tráfico de personas, armas y droga. Organizaciones vinculadas a diabólicos personajes, enquistados en los aparatos de Estado salvadoreño desde el fin de la guerra.

El Salvador es el país más pequeño de América con una población de 6 millones habitantes.  Pero algo así como 2,5 millones han emigrado ilegalmente a los EEUU. Jugándose la vida en el camino hasta la frontera de México. Quien puede, se va.

En este escenario ¿se puede escribir de amores y flores? Creo que no. No, al menos, si se quiere conservar la dignidad.

En  Horacio Catellanos Moya podemos encontrar la historia más completa jamás contada sobre la guerra en Centroamérica y sus consecuencias actuales. Pero nunca de una manera victimista, sino descubriendo la farsa: valiente, satírica, llena de ironía y sarcasmo.

En Insensatez ( Tusquets Editores, 2004) el protagonista es un periodista contratado por la iglesia para redactar un informe final a partir de documentos que recogen el testimonio de las víctimas del genocidio indígena en Guatemala.

Con este potente inicio, Catellanos Moya, nos sitúa frente al horror de la guerra a través de las narraciones de los supervivientes. También los oscuros intereses para que el informe no salga a la luz. Las tramas, persecuciones, misterios… en que se ve envuelto nuestro periodista hacen de “Insensatez” una aventura de comienzo a final. En esta aventura, muy importante, los horrores cometidos desde el “bando revolucionario” también quedan al descubierto.

El Asco. Tres relatos violentos (Editorial Casiopea, Barcelona, 2000). En uno de los relatos, un intelectual salvadoreño exiliado en el Canadá regresa después de muchos años obligado por la muerte de su madre. Las impresiones y, sobretodo, las repulsiones sobre su país, constituyen el eje de este relato absolutamente hilarante. Una auténtica catarsis. Sobre El Asco, Roberto Bolaño dijo: «Leí El Asco de un tirón, en realidad la única forma de leerlo, y me gustó mucho. Es una novela humorística, desaforada, ácida y altamente saludable».

Por este libro Castellanos Moya fue amenazado de muerte y tuvo que exiliarse de El Salvador.

El arma en el hombre (Tusquets Editores, 2001). Se trata de una genial, brutal y trepidante historia contada en primera persona por un militar salvadoreño. Militar apodado “Robocop” que sirve durante la guerra en un escuadrón de élite entrenado por los EEUU y quien, al final de la guerra, no tiene nada que hacer. Se dedica entonces a la delincuencia y, luego, es reclutado para formar un grupo paramilitar que continua “sirviendo a la patria”. Una historia de comienzo a final completamente alucinante.

Los informantes

Colombia , actual centro de la literatura hispana y semillero constante de escritores, nos provee con uno de sus frutos. El escritor Juan Gabriel Vázques (1973) quien a sus escasos 36 años es aclamado por la crítica mundial por su novela Los informantes.

El protagonista, el periodista Gabriel Santoro hijo, escribe una libro basado en el testimonio de su amiga Sara Guterman sobre la inmigración alemana a Colombia durante la segunda Guerra Mundial.  De este tema inicial, aparentemente distante en el tiempo (y en el espacio, al menos para el lector europeo) se extrae un negro capítulo de la historia y actualidad colombiana a través de la disección de la vida, y los rincones más íntimos de sus personajes, horadados por una traición.

Es la historia nunca contada sobre la inmigración alemana en Colombia, basada fundamentalmente en testimonios, ante la práctica inexistencia de documentos escritos. Pero no se trata de una crónica histórica, es pura literatura. “Me interesaba cómo un relato publicado puede afectar la vida de la gente… y  la manera en que la realidad misma al ser contada sufre una modificación”. En esto Vázques demuestra ser un maestro.

También es una historia política, sobre la dependencia del  gobierno colombiano con Washington o sobre los campos de concentración criollos para nazis. Pero, sobretodo, es una historia sobre “Los informantes”,  que da origen al título de la novela. Sobre los chivatos (o “sapos” como se les llama en Colombia) al servicio del gobierno, que hace 50 años informaban voluntariamente sobre las actividades nazis de la comunidad alemana. Y de cómo esa información llegó a arruinar la vida de miles de personas, incluso la existencia moral del propio “sapo”.

Así es Colombia, reina la confusión y la ignorancia nacional. Hay una deuda muy grande con nuestra propia historia y si algún día puede llegar a empezar a pagarse es, de momento, gracias a la literatura.

No obstante, se equivoca quien piense que una recopilación de unos dramáticos hechos del pasado, sino de una feroz vigencia. Actualmente en Colombia hay un número indeterminado, pero se supone muy elevado, de informantes civiles a sueldo del gobierno (estudiantes, amas de casa, profesores, empresarios, tenderos…). Una red de “sapos” se extiende por todo el país con la capacidad de acusar de manera anónima a cualquiera de “actividades subversivas”, pero es mejor nadie hable de ello y menos públicamente.

Vázques, se declara seguidor del gran escritor norteamericano Philip Roth.  “Mientras escribía Los informantes pensaba en lo que ha hecho Philip Roth con la historia reciente de Estados Unidos. En cómo narra hechos concretos de la historia norteamericana a través de vidas privadas”.

El escritor colombiano forma parte de una generación que representa un más allá literario del llamado “realismo mágico” y sus sucedáneos degradados de Allendes y Cohelos.

Hay, desde hace ya tiempo, una nueva horneada de escritores hispanos con una nueva manera de hacer literatura.  Por ello Vázques dice “… yo personalmente no siento ninguna deuda con García Márquez. Su realidad es tan radicalmente distinta a la mía que yo he tenido que ir a buscar mis influencias a otra parte. Igual que le ocurrió a él, ahora que lo pienso. Para darle forma a esa realidad caribeña, maravillosa -el adjetivo maldito-, en la que vivió, él tuvo que ir a buscar a Faulkner.”

Juan Gabriel Vásquez dejó Colombia hace ocho años, vive actualmente en Barcelona desde hace 5 años, donde trabaja como traductor y periodista.

A. G.

Dos hombres en el castillo: Una conversación electrónica sobre Philip K. Dick Por Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán

Bolaño y Fresán conversan electrónicamente sobre escritores «poco convencionales» con la idea de escribir un libro que podría titularse Fricciones o FREAKciones. Publicado por Letras Libres en el 2002, el siguiente cruce de correos electrónicos era el adelanto del primer capítulo de este libro, que nunca salió a la luz. Una lástima. Sin embargo,  nos queda este intercambio de correos dedicado nada menos que al monumental y alucinante Philip K. Dick. Entre las 36 novelas y más de 120 cuentos del escritor (la mayoría vendidas para sobrevivir a revistas pulp de la época) están El hombre en el castillo, Fluyan mis lágrimas dijo el policía o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en la que se basó la película Blade Runner.

A. G.

Rodrigo Fresán: Estos últimos meses estuve releyendo —y leyendo por primera vez algunos textos suyos— a Philip K. Dick y lo primero que me sorprendió es el hecho de que su obra no haya envejecido en absoluto, teniendo en cuenta que él solía decir que escribía acerca de lo que iba a pasar en los próximos meses, sobre un futuro casi-presente. Creo que ahí están su gracia y su talento: proponer una ciencia-ficción donde la ciencia no importa demasiado (y es casi siempre accesoria e imperfecta, funciona mal o no funciona) y la ficción no es tal. Me parece que hay suficiente evidencia ya para afirmar que la idea del futuro —nuestro presente— está mucho más cerca de lo que pensaba Dick que de lo que sostenían los clásicos del género, ¿no? Dick se ha convertido en un gran escritor realista/naturalista, que es lo que en realidad él siempre quiso ser antes de verse obligado a ganarse la vida escribiendo «novelitas» futuristas.

Roberto Bolaño: Recuerdo con mucho cariño a Dick. Yo creo que es el escritor de los paranoicos, del mismo modo que Byron fue el escritor de los románticos. Incluso su biografía tiene ciertos matices byronianos: es un hombre de vida amorosa agitada y, políticamente, está con las causas perdidas. En ocasiones con las causas más extremas o las que la gente considera que son las más extremas. Y es curioso que uno de los grandes escritores del siglo XX (algo en lo que creo que estamos de acuerdo) sea precisamente un escritor «de género». Un escritor que para ganarse la vida (un término horrible este de ganarse la vida) se pone a escribir y publicar novelas en editoriales populares, a un ritmo endiablado, novelas que discurren en Marte o en un mundo en donde los robots son algo normal y rutinario. En fin: la peor manera de labrarse un nombre en el mundo de las letras, como diría un escritor francés de finales del siglo XIX. Y sin embargo Dick no sólo se labra un nombre en la literatura sino que se convierte en punto de referencia de otras artes, como el cine, y su prestigio sigue creciendo. ¿Tú recuerdas la primera novela que leíste de él? La mía fue Ubik y el martillazo que recibí fue considerable.

FRESÁN: Es cierto eso de Dick y las causas políticas. Tiene algo de working class hero lo suyo —no sólo en el aspecto de «escritor trabajador», sino que buena parte de sus ficciones giran en torno al hombre trabajador y esclavizado, a la práctica buena o mala de un oficio, al espanto de ciertas burocracias y a errores mecánicos o problemas de funcionamiento… En mi caso la primera fue El hombre en el castillo, en Minotauro, claro. Recuerdo que acababa de volver a Buenos Aires después de unos cuantos años viviendo en Caracas, y el efecto fue desconcertante. Todavía regía la dictadura militar —era 1979— y recuerdo que me costaba un poco discernir dónde terminaba el libro y dónde empezaba la realidad. La sensación se acentúa todavía más cuando se leen varios Dicks seguidos: la sospecha que te despierta en cuanto a lo que es verdadero y lo que es falso. Me parece que es una sospecha que trasciende la vulgar paranoia y está más cercana al pensamiento religioso. En este sentido —no sé qué te parece— creo que Dick es el escritor perfecto para los que no creen en Dios pero quisieran que existiera alguna inteligencia superior que explicara todo este despropósito, ¿no? Continue reading ‘Dos hombres en el castillo: Una conversación electrónica sobre Philip K. Dick Por Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán’ »

Cristina Fernández Cubas

Ha sido un descubrimiento. Llamémosle “cuentos fantásticos” o de “fantasía”, como los que las madres o las abuelas leen (o leían) a los niños. Así son los personajes, la forma en que se entrecruzan y los argumentos, pero sobretodo, la manera en que se unen la atmósfera y el sentido, en los relatos de Cristina Fernández Cubas. Y como en los cuentos infantiles (los auténticos, los de los hermanos Grimm, no muchos de los actuales carentes de sustancia) siempre hay un monstruo, un misterio inquietante que no se acaba cuando el relato llega a su fin.

Bruno Bettelheim, en su célebre Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas, nos enseña que los cuentos tienen un fuerte elemento inconsciente (cuando el lobo persigue a Caperucita, cuando Blanca nieves es envenenada…) que ayuda a los niños en su desarrollo emocional. Los cuentos de Fernández Cubas, estos para adultos, nos confrontan de manera íntima y turbadora con nuestras pulsiones más profundas o, quizá, con la manera en que solemos enterrarlas.

En el relato denominado La ventana en el jardín, un personaje, “Olla”, nos deja en un estado de consternación del que es difícil desprenderse aunque comprendamos, al fin, de qué lado de la narración se encontraba la locura; en Mi hermana Elba nos precipita al fin de la infancia es su aspecto más estremecedor o en El provocador de imágenes, quizá nos dice algo sobre la amistad. De nuevo una atmósfera donde se expresa un mundo interior que fluye, lucha y se oculta en los personajes, hacia un final desconcertante. Cuenta la escritora que en una de las ocasiones en que buscaba sin éxito una editorial para sus cuentos alguien le aconsejó: “Esos finales… ¿Por qué no cambia los finales?”.

Cristina Fernández Cubas (1945) es escritora y periodista. Nacida en  Arenys de Mar, Barcelona, ha residido durante varios años en Sudamérica y durante un invierno en El Cairo, donde aprendió árabe, lo que la inspirará para componer una colección de cuentos situados en Egipto.

Su primera obra, un conjunto de relatos, se publica en 1980 bajo el título Mi hermana Elba y tiene un gran éxito de crítica y público. En este libro estamos ante un original simbolismo seductor y, en ocasiones, escalofriante. Tres años más tarde publica otro conjunto de relatos, Los altillos de Brumal (1983), en ellos nos encontramos ante una vertiente más fantástica y apócrifa.  En el siguiente título publicado, El ángulo del horror (1996), recuperamos a la Cristina más inquietante.

Muchos de sus relatos son un juego de espejos; el lector aguzado no dejará de sorprenderse ante un personaje que en la narración se desdobla o ante ese dos que habita en nuestro interior. Como en el cuento titulado Lúnula y Violeta que nos habla de dos amigas, o en Helicón, donde la duplicidad se hace evidente a través de la historia de unos gemelos bizarros.

Tiene, Cubas, si se me permite decirlo, por ser mujer, la capacidad de introducir con mucha fortuna -en su caso sin dramatismos- un muy complejo mundo interior de miedos, reflexiones… una especial sensibilidad, en definitiva, una lucha interior habitualmente callada.

Cristina Fernández Cubas ha escrito otros libros como Parientes pobres del diablo (2006), las novelas El año de Gracia (1985), El columpio (1995) y de las memorias Cosas que ya no existen (2001). El año pasado el libro de recopilación sus relatos, Todos los cuentos (Tusquets), se llevó el premio Salambó. Su obra está traducida a diez idiomas.

A. Garzón

P. D. Al finalizar este breve artículo me he encontrado con una entrevista a la autora en Internet, ya que puede interesar al lector, cito:

“Entrevistadora: ¿Los toques de terror que tienen algunos de sus relatos se inspiran en su fascinación por Edgar Alan Poe?

Cristina Fernández Cubas-No sólo por él. Yo soy una deudora muy grande de la narración oral y en mi infancia tuve una niñera a la que le debo mucho de lo que poco que sé, porque solía dormirnos con historias terroríficas. Yo dormía plácidamente, pero mis hermanas, desde esa época, mantienen un persistente insomnio.”

25 años de la muerte de Joan Miró. Eliminación y metamorfosis

Se cumplen 25 años de la muerte del que, sin duda, es uno de los más grandes, influyentes y reconocidos artistas españoles (casi 5 millones de referencias en Google así lo confirman); pero, paradójicamente, aunque Joan Miró puede ejercer una fascinación instantánea, sigue manteniéndose relativamente extendida la concepción de que su obra, quizá por su aparente sencillez, es producto de una vocación infantil o ingenua; de un arte primitivo, poco desarrollado. Nada más lejos de la realidad. En el caso de Miró estamos ante el producto, primero, de la drástica ruptura, conscientemente buscada, con el arte conocido hasta ese momento: sus métodos, materiales, punto de vista, plástica…  en palabras de Miró de su deseo de abandonar los métodos convencionales de pintura, de «matarlos, asesinarlos o violarlos». En segundo lugar, de un trabajo, que tarda décadas en madurar, en el que mediante la acción combinada -no tanto de la abstracción- como de la eliminación y la metamorfosis, nos presenta una radicalmente nueva experiencia plástica.

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Mapa de los sonidos de Tokio

tokio

Isabel Coixet es sin duda una de las figuras más relevantes del cine español de la última década. Una figura que ha crecido filme a filme (“Mi vida sin mí”, “La vida secreta de las palabras”, “Elegy”…), y que ha logrado traspasar con sus brillantes y originales películas las fronteras nacionales hasta obtener el raro privilegio de una verdadera internacionalidad, lo que este año le ha abierto las vedadas y exclusivas puertas de la sección especial del Festival de Cannes, el templo sagrado del “cine de autor”.

Esta impresionante trayectoria obliga a ver su cine desde una mirada especial. Una mirada crítica y exigente. Una mirada que fuerza a poner su última película, “Mapa de los sonidos de Tokio”, ante ciertas reservas.

La película es un extraño y atrevido “trhiller” romántico, inmerso plenamente en algunas de las constantes temáticas del cine de Coixet: la añoranza producida por la pérdida del ser amado, los sentimientos amorosos no correspondidos, la dificultad de encontrar un cauce común a las emociones y a las palabras… En este sentido no cabe duda alguna que es una película de la “factoría” Coixet.

El centro del film es la explosiva relación más sexual que amorosa entre Sergi López (un barcelonés que regenta una tienda de vinos en Tokio, y está sumergido en el dolor tras el suicidio de su novia, Midori, hija de un potente empresario japonés) y Rinko Kikuchi (la espléndida actriz que ya brilló con luz propia en “Babel”), la mujer a la que el empresario encarga la eliminación de aquél, al que culpa de la muerte de su hija. Rinko, una extraña y solitaria mujer que trabaja por las noches en la lonja del pescado de Tokio y que ocasionalmente acepta encargos para asesinar a gente por dinero, va a renunciar a cumplir este encargo al involucrarse paso a paso en una relación cada vez más intensa, tórrida y explosiva con el hombre al que debe liquidar.

A la película no le faltan “ecos” que rememoran “El último tango en París”: un hombre refugiado en el dolor por el suicidio de su pareja, la explosión sexual con una desconocida y, en definitiva, la incapacidad para escapar del pasado y de un destino trágico… Y un escenario poderoso y atractivo, que en este caso es un Tokio colorista y seductor.

La narración y la historia, aunque nutrida con mimbres poderosos e hilos argumentales de alto voltaje, no llega sin embargo a cuajar del todo. Coixet opta por sugerir, más que por afirmar; opta por apuntar, más que por definir; por conservar el misterio, más que por desvelarlo… y ello trae consigo la pérdida de fuerza narrativa del relato. Algunos hilos fuertes de la historia que la podrían haber llevado a la puerta de la tragedia, quedan como meras hipótesis… la negrura de la historia queda sumergida en la más completa oscuridad.

Y en su lugar aparece, como contrapunto, un Tokio colorista y exótico, con toda su singularidad y su rareza, un Tokio posmoderno y enigmático, poblado de músicas y sonidos, que la película rastrea con singular acierto.

Coixet tiene entre sus manos auténtica dinamita, pero no la hace explotar. Casi prefiere convertirla en unos elegantes y muy bien rodados fuegos artificiales, en los que brilla con luz propia el trabajo extraordinario de Rinko Kikuchi, cuya soberbia interpretación hacen más que justificada la visión de esta película, hermosa, detallista, ilustrativa, aunque esquiva a la hora de entrar en la cámara oscura que su propio argumento sugiere. En todo caso, una película que no quiebra, sino que prolonga la gran trayectoria de una cineasta a tener muy en cuenta.

Ayala y el 27

ayalaEl pasado 3 de noviembre fallecía en Madrid Francisco Ayala. Tras la muerte de Pepín Bello, era la última llama viva de una Generación, la del 27, que tras tres siglos de decadencia, no sólo rescató sino que puso a la cultura española en la vanguardia mundial. Tenía 103 años y la bonhomía del que, pese a derrotas y exilios, nunca fue doblegado, nunca fue extranjero en ninguna parte, siempre asentó su vida en la defensa de la libertad y la creatividad artística.

Nació en Granada en 1906 y con sólo dieciséis años marchó a Madrid, donde estudió derecho. A finales de los años veinte y principios de los 30 estuvo becado en Berlín, donde asistió al ascenso del nazismo. Por entonces ya había publicado sus primeras narraciones («Tragicomedia de un hombre sin espíritu», la primera, es de 1925). A su regreso sentaría las bases de su carrera como funcionario (fue letrado de las Cortes republicanas) y como docente (en 1936 ya era catedrático de Derecho Político de la Universidad Complutense). Era miembro del partido de Azaña.
El estallido de la sublevación fascista le sorprendió en Chile. Pese a que los franquistas habían fusilado a su padre y a un hermano, y detenido a otros dos, Ayala regresó a España a luchar por la República en todos los frentes. En febrero de 1939, con la derrota ya inminente, partió rumbo a Buenos Aires.
Vivió en Argentina, Brasil, Puerto Rico y Estados Unidos, siempre en contacto con los republicanos españoles. En el exilio no se abonó ni a la nostalgia ni al rencor. Fundó revistas («Realidad»), escribió tratados de sociología, dio clases de derecho, enseñó literatura, ejerció el periodismo, redactó ensayos y publicó sus novelas fundamentales: «La cabeza del cordero» (1949), «Muertes de perro» (1958), «El fondo del vaso» (1962) y «El jardín de las delicias» (1971).
En los años sesenta comenzó a tantear su regreso a España. Se compró una casa. Venía los veranos. Tanteó editoriales para publicar. Comenzó a integrarse en la vida cultural del interior. Pero sólo en 1977, con la democracia, se instaló permanentemente en España.
En 1982 publicó «Recuerdos y olvidos», sus memorias. Quizá pensó que era hora de hacer balance, que le quedaba ya poco. 25 años después, en 2006, tuvo que ampliarlas y completarlas. Y aún seguía vivo.
La España democrática ha volcado en su figura todo los galardones que atesora: miembro de la Real Academia de la Lengua (1984), Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1988), Premio Cervantes…
Era el último «superviviente» de la generación del 27: «Eramos jóvenes y nos oponíamos a todo lo anterior; queríamos hacer tabla rasa de todo, con el propósito de construir un mundo nuevo», dijo aún, recientemente, recordando el «espíritu» de aquella generación, que, heredando el impulso crítico y regeneracionista del 98, y llevándolo aún más lejos, revolucionó el lenguaje, el arte, la cultura, la vida intelectual, en un esfuerzo titánico por salvar un vacío de siglos y colocar de nuevo a España en el carril de la historia. Una generación que supo unir tradición y vanguardia, que amalgamó sus ideales estéticos con los vientos revolucionarios del momento, y que trabajó con el anhelo de cambiar el mundo. La «generación» de García Lorca, de Buñuel y Dalí, de Cernuda y Aleixandre, de Guillén y Gerardo Diego, de Altolaguirre, de Alberti, …
Nada de eso, desgraciadamente, se quiso recuperar cuando se le entregaron premios y galardones. El vector dominante de la cultura española actual rompió amarras, durante la transición, con el espíritu y los ideales de aquella generación. Fundido con el actual «statu quo», subordinado a la nueva industria cultural, volcado en la defensa de sus ingresos y privilegios, temeroso de los cambios que anuncia la revolución cultural en marcha, ese vector dominante de la cultura española carece de todo entronque con el 27. La muerte de Ayala también es un recordatorio de esa lamentable y trágica «desafección».
Ilustración de Lirios Bou.