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Ferdydurke

En 1937 -va a hacer pronto 75 años- la editorial polaca Roj daba a la luz un extraño texto de un autor de vanguardia poco o nada conocido en las convulsas letras europeas del momento: «Ferdydurke», de Witold Gombrowicz. El libro desató una cierta polémica, porque desafiaba todas las convenciones narrativas y ponia en solfa casi todas las tradiciones literarias conocidas; pero aquellas voces iniciales quedaron enmudecidas por el súbito estallido de la guerra, una guerra que comenzó borrando a Polonia del mapa.

«Ferydurke» no volvería a salir a flote hasta diez años después, en que se publica en Buenos Aires una traducción al castellano de la obra, cuya «historia» no es sino una reafirmación del carácter excepcionel del texto. En 1964 una nueva edición (que hoy está editada en España por Seix Barral) incluye un prólogo de Sabato, otro del propio Gombrowicz y una nota sobre la traducción.

Aunque había nacido en el seno de una familia acomodada de la nobleza polaca y llegó a cursar la carrera de Derecho -o quizá por ello mismo-, Gombrowicz hizo de la denuncia de los convencionalismos sociales y literarios, de la crítica a la obsesión burguesa por el orden y la forma, y de la burla a la ética de la eficacia y el cumplimiento del deber, la columna vertebral de su vida y de su obra.

Ya su primera colección de cuentos –Memorias del período de la inmadurez (1933), recibido con indiferencia en el mundillo literario polaco de la época-, rezumaba hasta en el título del libro ese aire de desapego a las convenciones y de elogio a la inmadurez que alcanzaría en su primera novela, Ferdydurke (1937), la cima de una verdadera obra maestra.

Pero si sus cuentos iniciales sólo produjeron indiferencia, Ferfydurke logró, desde un principio, dividir y engendrar polémica, entre un grupo de entusiastas, que la defendieron a muerte, y una espesa mayoría que condenó un texto vanguardista, «arbitrario», «estrafalario», que reivindicaba abiertamente la inmadurez, detestaba el reinado de las formas y, encima, criticaba virulentamente el estrecho «nacionalismo» de la sociedad polaca.

Cuando ya comenzaban a apagarse los ecos de esa polémica, Gombrowicz fue invitado por una naviera polaca a inaugurar su línea con Buenos Aires. Cuando Gombrowicz llegó a Argentina, Polonia ya no existía. Había estallado la II Guerra Mundial y su país, dividido y ocupado, se hundía en la devastación. Lo que iba a ser una estancia de apenas tres semanas se convirtió en una permanencia de 24 años y el exilio definitivo de Polonia.

La conmoción por lo que estaba ocurriendo en Europa, las dificultades para sobrevivir en un país extraño del que lo ignoraba todo (empezando por la lengua), la miseria y el aislamiento del exilio, le llevaron a abandonar la literatura. Pero, poco a poco, Gombrowicz fue saliendo de las cenizas, reuniendo en torno suyo (en bares y confiterías, charlando o jugando al ajedrez) un círculo de amigos, de conocidos, de admiradores, de amantes de la literatura, con los cuales acabaría llevando a cabo, en 1946, la célebre traducción al español de Ferdydurke.

A partir de entonces, Gombrowicz va a ir escribiendo su célebre Diario -una joya del género- y también nuevas novelas, como Transatlántico (1952) o Pornografía (1960). Gombrowicz, aun sin desearlo y pese a no escribir en castellano, se acaba convirtiendo en un escritor muy influyente en argentina. Sabato prologa en 1964 una nueva edición de Ferdydurke. Ricardo Piglia llegará a escribir, ya en la década de los ochenta, que «Gombrowicz fue el novelista más importante de Argentina en el siglo XX».

En 1963 regresó a Europa. Vivió primero en Berlín y luego en Francia, hasta su muerte en 1969. Europa no le satisfizo y despertó su nostalgia por Argentina. No pudo regresar a Polonia, donde sus obras estaban prohibidas, aunque circulaban intensamente en la clandestinidad. Su reconocimiento como uno de los grandes escritores del siglo XX, un autor en la estela de los Kafka, Joyce, Musil o Thomas Mann, sólo le llegaría de forma póstuma.

De su extraordinaria producción literaria, Ferdydurke es sin duda su columna vertebral. La hilarante y tragicómica historia de un treintañero que es transformado en un adolescente por decisión del Maestro y Profesor doctor Pimko, narrada en un lenguaje alejado de las convenciones literarias «serias y admisibles», es una obra que abre nuevos horizontes a la creación literaria. Una obra de choque que rompe casi todos los moldes y que, leída hoy, conserva plenamente vigentes todos sus modales subversivos.

Gombrowicz, que hasta el final de sus días desconfió de las «interpretaciones» que se hacían de su obra, escribió para la versión castellana un prólogo destinado a «facilitar la lectura», en el que advierte: «Los dos problemas cardinales de Ferdydurke son: el de la inmadurez y el de la Forma. Es un hecho que los hombres están obligados a ocultar su inmadurez, pues a la exteriorización sólo se presta lo que está ya maduro en nosotros. Ferdydurke plantea esta pregunta: ¿no veis que vuestra madurez exterior es una ficción y que todo lo que podéis expresar no corresponde a vuestra realidad íntima? Mientras fingís ser maduros vivís, en realidad, en un mundo bien distinto. Si no lográis juntar de algún modo más estrecho esos dos mundos, la cultura será siempre para vosotros un instrumento de engaño».

Y Sabato añade: «No creo arriesgado suponer que lo que Gombrowicz llama Inmadurez no es otra cosa que el espíritu dionisíaco, la potencia oscura que desde abajo, como fuerza inferior, presiona y a menudo rompe la máscara, es decir la persona, la Forma que la convivencia y la sociedad nos obliga a adoptar. Y así como la Inmadurez es la vida, la Forma es la Madurez, pero también la fosilización, la retórica y en definitiva la muerte».

Desde su publicación hasta hoy la influencia y el prestigio de Ferdydurke no han dejado de crecer. Vila-Matas asegura que su sombra se proyectó sobre mayo del 68. Bolaño lo definía como «uno de los libros más luminosos del siglo XX». De nuevo Sabato aleta de que detrás de su apariencia de «payasada delirante y metafísica» la novela pone en juego «los más graves dilemas de la existencia humana».