¡Indignación!
Philip Roth lleva a un relato sobre los Estados Unidos de los años 50 su indignación contra los años de plomo de Bush
J. Albacete
Tras dos espléndidos relatos donde Roth ha volcado narrativamente sus obsesiones sobre la vejez, el pasado y la muerte («Elegía», de 2006, y «Sale el espectro», de 2007), con «Indignación» asistimos a un clásico relato de «educación sentimental», un libro conciso y soberbio sobre el tremendo impacto que la historia y la represión pueden tener sobre la vida de un individuo en pleno proceso de «formación» y, por ello, inexperto y vulnerable. Si en cualquier libro de Roth emergen siempre la rabia y la indignación contra todas las formas opresivas y manipuladoras del poder, en esta novela la «indignación» misma acapara por completo el protagonismo de la ficción.
En «Indignación» Philip Roth elabora una cuidada prospección sobre la difícil «educación sentimental» de un joven de apenas 19 años en los Estados Unidos de comienzos de los años 50, una época de extremo conservadurismo moral, intensa reacción política y acusado racismo, con la guerra de Corea como telón de fondo. Una guerra sucia, dura, difícil, que costó a EEUU decenas de miles de bajas, y que pendía como una amenaza constante sobre los jóvenes, dadas las imperiosas necesidades de reclutamiento de un ejército que estaba sufriendo en la península coreana un duro e inesperado castigo.
Marcus Messer es el hijo único de una familia de carniceros khoser de Newark, Pensilvania, a veinte kilómetros de Nueva York. Es el primer miembro de una amplia familia judía de la zona que tiene el privilegio de ir a la universidad, con grandes sacrificios de sus padres. Pero cuando lleva cursado apenas el primer año de la carrera de derecho, a su padre le asalta un temor obsesivo por la vida de su hijo, un temor que acaba derivando en un torturante, maniático e insoportable acoso, un auténtico sinvivir. Para librarse de ello, y poder estudiar y crecer libremente, Marcus decide marcharse a una pequeña universidad del medio oeste, en Ohio, a ochocientos kilómetros de casa.
Marcus Messer no aspira a otra cosa que a aprovechar su inteligencia y su enorme capacidad de trabajo (aprendida ayudando a su padre en la carnicería) para hacer una brillante carrera plagada de sobresalientes (y así, de paso, evitar ser llamado a filas, para una guerra en la que están cayendo cada día cientos de jóvenes americanos como él). Pero esta inflexifle determinación (que le ha llevado hasta el punto de enfrentarse a su padre y alejarse de su familia) es algo más que el esqueleto de su ambición personal. Es su propia arquitectura interior, su armazón moral, que le lleva una y otra vez a chocar con los demás, y a ir alimentando la «indignación» de un joven inexperto, impulsivo, imprudente a veces, incapaz de «negociar» situaciones conflictivas o adversas, lo que le conduce a rupturas y confrontaciones con sus compañeros de habitación (en dos meses se cambia de habitación tres veces), a su negativa a entrar en ninguna de las «fraternidades» de alumnos (ni siquiera en las de alumnos judíos) y finalmente su choque brutal con el decano de la Universidad. El decano intenta domar el carácter insolidario de Marcus, pero lo que se encuentra es no sólo una cerrada e indignada defensa de su libertad, sino una notable resistencia intelectual, una argumentada y firme resistencia a dejarse avasallar, una negativa irreductible a aceptar peajes religiosos o morales, a los que nadie puede obligarle.
A todo esto se suman, además, los conflictos que nacen de la intensa represión sexual de la época, más acentuada aún en ese baluarte conservador que es la universidad luterana de Winesburg, Ohio. La «condena del sexo» acaba provocando una canalización y explosión aberrante del deseo, como en la hilarante escena en que los alumnos borrachos asaltan una noche las residencias femeninas, vacían las cómodas de sus dormitorios y lanzas por las ventanas miles de bragas blancas sobre la nieve. Marcus Messer también está despertando al sexo, pero su «iniciación» lo desconcierta y lo aterra. Invita a una chica a cenar, y para su absoluta sorpresa, en la primera cita, ella se la chupa. Ese simple e inmediato cumplimiento del deseo, más que satisfacción despierta una sospecha: no es posible que una persona «normal» haga esto así. En este caso, será su propia «estrechez» moral la que acabará por indignarlo consigo mismo, en una historia (la de su relación con Olivia) que alcanza una verdadera hondura trágica.
En apenas 170 páginas, Roth es capaz de embelesarnos, de subyugarnos y de trasladarnos toda la indignación moral que le produce la historia de este joven que lucha con las armas que tiene por alcanzar su libertad personal y moral, por construir su propia vida, por inventarse a sí mismo (la tarea titánica en la que se ven envueltos los grandes héroes narrativos de Roth) y que, por todo ello, y tras ser expulsado de la universidad, tras otro encontronazo con el decano, acabará acribillado a bayonetazos en una trinchera de Corea.
Estamos en la América de los 50, una Amériva envuelta en una cruzada moral y política reaccionaria, revestida por la bendición divina, una América racista, amenazante y en guerra que se parece mucho a los recientes años de plomo de Bush II.