Archive for noviembre 2009

Mapa de los sonidos de Tokio

tokio

Isabel Coixet es sin duda una de las figuras más relevantes del cine español de la última década. Una figura que ha crecido filme a filme (“Mi vida sin mí”, “La vida secreta de las palabras”, “Elegy”…), y que ha logrado traspasar con sus brillantes y originales películas las fronteras nacionales hasta obtener el raro privilegio de una verdadera internacionalidad, lo que este año le ha abierto las vedadas y exclusivas puertas de la sección especial del Festival de Cannes, el templo sagrado del “cine de autor”.

Esta impresionante trayectoria obliga a ver su cine desde una mirada especial. Una mirada crítica y exigente. Una mirada que fuerza a poner su última película, “Mapa de los sonidos de Tokio”, ante ciertas reservas.

La película es un extraño y atrevido “trhiller” romántico, inmerso plenamente en algunas de las constantes temáticas del cine de Coixet: la añoranza producida por la pérdida del ser amado, los sentimientos amorosos no correspondidos, la dificultad de encontrar un cauce común a las emociones y a las palabras… En este sentido no cabe duda alguna que es una película de la “factoría” Coixet.

El centro del film es la explosiva relación más sexual que amorosa entre Sergi López (un barcelonés que regenta una tienda de vinos en Tokio, y está sumergido en el dolor tras el suicidio de su novia, Midori, hija de un potente empresario japonés) y Rinko Kikuchi (la espléndida actriz que ya brilló con luz propia en “Babel”), la mujer a la que el empresario encarga la eliminación de aquél, al que culpa de la muerte de su hija. Rinko, una extraña y solitaria mujer que trabaja por las noches en la lonja del pescado de Tokio y que ocasionalmente acepta encargos para asesinar a gente por dinero, va a renunciar a cumplir este encargo al involucrarse paso a paso en una relación cada vez más intensa, tórrida y explosiva con el hombre al que debe liquidar.

A la película no le faltan “ecos” que rememoran “El último tango en París”: un hombre refugiado en el dolor por el suicidio de su pareja, la explosión sexual con una desconocida y, en definitiva, la incapacidad para escapar del pasado y de un destino trágico… Y un escenario poderoso y atractivo, que en este caso es un Tokio colorista y seductor.

La narración y la historia, aunque nutrida con mimbres poderosos e hilos argumentales de alto voltaje, no llega sin embargo a cuajar del todo. Coixet opta por sugerir, más que por afirmar; opta por apuntar, más que por definir; por conservar el misterio, más que por desvelarlo… y ello trae consigo la pérdida de fuerza narrativa del relato. Algunos hilos fuertes de la historia que la podrían haber llevado a la puerta de la tragedia, quedan como meras hipótesis… la negrura de la historia queda sumergida en la más completa oscuridad.

Y en su lugar aparece, como contrapunto, un Tokio colorista y exótico, con toda su singularidad y su rareza, un Tokio posmoderno y enigmático, poblado de músicas y sonidos, que la película rastrea con singular acierto.

Coixet tiene entre sus manos auténtica dinamita, pero no la hace explotar. Casi prefiere convertirla en unos elegantes y muy bien rodados fuegos artificiales, en los que brilla con luz propia el trabajo extraordinario de Rinko Kikuchi, cuya soberbia interpretación hacen más que justificada la visión de esta película, hermosa, detallista, ilustrativa, aunque esquiva a la hora de entrar en la cámara oscura que su propio argumento sugiere. En todo caso, una película que no quiebra, sino que prolonga la gran trayectoria de una cineasta a tener muy en cuenta.

Ayala y el 27

ayalaEl pasado 3 de noviembre fallecía en Madrid Francisco Ayala. Tras la muerte de Pepín Bello, era la última llama viva de una Generación, la del 27, que tras tres siglos de decadencia, no sólo rescató sino que puso a la cultura española en la vanguardia mundial. Tenía 103 años y la bonhomía del que, pese a derrotas y exilios, nunca fue doblegado, nunca fue extranjero en ninguna parte, siempre asentó su vida en la defensa de la libertad y la creatividad artística.

Nació en Granada en 1906 y con sólo dieciséis años marchó a Madrid, donde estudió derecho. A finales de los años veinte y principios de los 30 estuvo becado en Berlín, donde asistió al ascenso del nazismo. Por entonces ya había publicado sus primeras narraciones («Tragicomedia de un hombre sin espíritu», la primera, es de 1925). A su regreso sentaría las bases de su carrera como funcionario (fue letrado de las Cortes republicanas) y como docente (en 1936 ya era catedrático de Derecho Político de la Universidad Complutense). Era miembro del partido de Azaña.
El estallido de la sublevación fascista le sorprendió en Chile. Pese a que los franquistas habían fusilado a su padre y a un hermano, y detenido a otros dos, Ayala regresó a España a luchar por la República en todos los frentes. En febrero de 1939, con la derrota ya inminente, partió rumbo a Buenos Aires.
Vivió en Argentina, Brasil, Puerto Rico y Estados Unidos, siempre en contacto con los republicanos españoles. En el exilio no se abonó ni a la nostalgia ni al rencor. Fundó revistas («Realidad»), escribió tratados de sociología, dio clases de derecho, enseñó literatura, ejerció el periodismo, redactó ensayos y publicó sus novelas fundamentales: «La cabeza del cordero» (1949), «Muertes de perro» (1958), «El fondo del vaso» (1962) y «El jardín de las delicias» (1971).
En los años sesenta comenzó a tantear su regreso a España. Se compró una casa. Venía los veranos. Tanteó editoriales para publicar. Comenzó a integrarse en la vida cultural del interior. Pero sólo en 1977, con la democracia, se instaló permanentemente en España.
En 1982 publicó «Recuerdos y olvidos», sus memorias. Quizá pensó que era hora de hacer balance, que le quedaba ya poco. 25 años después, en 2006, tuvo que ampliarlas y completarlas. Y aún seguía vivo.
La España democrática ha volcado en su figura todo los galardones que atesora: miembro de la Real Academia de la Lengua (1984), Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1988), Premio Cervantes…
Era el último «superviviente» de la generación del 27: «Eramos jóvenes y nos oponíamos a todo lo anterior; queríamos hacer tabla rasa de todo, con el propósito de construir un mundo nuevo», dijo aún, recientemente, recordando el «espíritu» de aquella generación, que, heredando el impulso crítico y regeneracionista del 98, y llevándolo aún más lejos, revolucionó el lenguaje, el arte, la cultura, la vida intelectual, en un esfuerzo titánico por salvar un vacío de siglos y colocar de nuevo a España en el carril de la historia. Una generación que supo unir tradición y vanguardia, que amalgamó sus ideales estéticos con los vientos revolucionarios del momento, y que trabajó con el anhelo de cambiar el mundo. La «generación» de García Lorca, de Buñuel y Dalí, de Cernuda y Aleixandre, de Guillén y Gerardo Diego, de Altolaguirre, de Alberti, …
Nada de eso, desgraciadamente, se quiso recuperar cuando se le entregaron premios y galardones. El vector dominante de la cultura española actual rompió amarras, durante la transición, con el espíritu y los ideales de aquella generación. Fundido con el actual «statu quo», subordinado a la nueva industria cultural, volcado en la defensa de sus ingresos y privilegios, temeroso de los cambios que anuncia la revolución cultural en marcha, ese vector dominante de la cultura española carece de todo entronque con el 27. La muerte de Ayala también es un recordatorio de esa lamentable y trágica «desafección».
Ilustración de Lirios Bou.