Archive for enero 2015

Patrick Modiano: un Nobel incómodo

El escritor irrumpió en el panorama narrativo de su país en 1968 con una trilogía sobre la ocupación alemana de Francia: un tabú, un periodo olvidado, una memoria falsificada

Cuando en 1968 aparece en el panorama literario francés La Place de l’Étoile (traducida al español como El lugar deTrilogía-de-la-Ocupación la estrella), Modiano parece andar con el paso completamente cambiado. Las barricadas estudiantiles se levantan contra el mítico general De Gaulle, líder de la resistencia contra el ocupante alemán durante la Segunda Guerra Mundial y ahora denunciado como un carcamal reaccionario. Nadie mira ya más atrás de esto. Nadie recuerda nada. La versión oficial sobre el pasado es que Francia resistió, y sólo unos pocos traidores colaboraron con el enemigo y fueron ajusticiados.

Modiano sabía por experiencia familiar que eso era una colosal mentira. Su padre, Albert Modiano (1912-1977) era descendiente de una familia de judíos italianos que se habían instalado en Salónica, desde donde emigraron a París. Su madre era la actriz belga Louisa Colpeyn. Ambos se conocieron durante la ocupación alemana de Francia, tuvieron que ocultarse de la Gestapo y se casaron en noviembre de 1944. Patrick, nacido en 1945, fue su primer hijo. La memoria familiar (lo que Modiano llamaría después «la incierta luz de sus orígenes») no coincidía precisamente con aquella historia falsificada que el país se había contado a sí mismo sobre «la resistencia unánime» y la «minoría de colaboracionistas». Patrick no vivió esta época (nació justo al final de la guerra), pero siempre consideró que ese período «oculto, confuso y vergonzoso» de la historia de Francia constituía su «prehistoria» personal. Y, a contracorriente de todos, comenzó a hurgar en él, levantando un doloroso velo, rompiendo la unanimidad de la mentira, negándose a admitir una historia fabricada para ocultar la verdad.

El lugar de la estrella (1968) está narrada en primera persona por un judío colaboracionista (Raphaël Schlemilovitch) y mezcla en la trama personajes ficticios con otros que existieron realmente, entre ellos los escritores Louis-Ferdinand Céline, Pierre Drieu La Rochelle e incluso Marcel Proust. Su siguiente novela, La ronda de noche (1969) está narrada por un agente doble que trabaja al mismo tiempo para la Gestapo y la Resistencia. Y en Los bulevares periféricos (1972), ambientada en el mismo período, Modiano introduce el tema -también muy presente en toda su obra- de la búsqueda del padre. Las tres novelas componen lo que hoy se conoce universalmente como «Trilogía de la Ocupación» (Anagrama publicó recientemente un libro con ese título, que incluye las tres obras), que constituye el verdadero ADN de la narrativa de este escritor, que fuera de su amistad y su relación inicial con Queneau y su movimiento (el Oulipo), siempre se ha mantenido al margen de las capillas literarias y de los grandes focos parisinos.

Después de esta trilogía inicial, Modiano ha seguido perpetuando su indagación del pasado y un estilo muy definido a través de otra docena de novelas y libros de relatos, que lo han consagrado como uno de los escritores más relevantes de Europa.

En 1975 publicó Villa triste, ambientada a comienzos de la década de 1960, y que supuso una primera ruptura con su anterior línea narrativa. El narrador, Victor Chmara, es un joven francés que se ha refugiado en una ciudad balnearia cerca de la frontera suiza para evitar ser reclutado y enviado a Argelia; en este lugar, habitado por singulares personajes, vive una historia de amor con una actriz llamada Yvonne. La novela sería más tarde llevada al cine por Patrice Leconte (El perfume de Yvonne, 1994).

En 1978 apareció su sexta novela, Calle de las tiendas oscuras, dedicada por el autor a su padre, que acababa de fallecer. La acción se desarrolla a mediados de los años 60. El protagonista es un detective amnésico que intenta averiguar su propia identidad (un tema recurrente de la narrativa de Modiano); sus pesquisas lo llevan de nuevo a la época de la ocupación. La novela fue galardonada ese mismo año con el Premio Goncourt.

Posteriormente publicó, entre otras, Dora Bruder (1997), donde investigaba el caso real de una chica de 15 años, desaparecida y enviada a Auschwitz. Y en 2007, tras un silencio temporal, apareció En el café de la juventud perdida, que tuvo un gran éxito.

Como afirma Vila-Matas (gran admirador del narrador francés): «En el mundo de Modiano todo siempre sucede en el pasado, aunque a veces se trata de un ayer muy parecido al presente (Modiano decía no hace mucho que los políticos franceses actuales parecen de otra especie, incultos, muy funcionariales: «Todo esto que pasa ahora me recuerda a Vichy»).»

Ante la sensación (que unos han criticado y otros han elogiado) de que siempre viene a redactar una misma novela, Modiano ha contestado: «Es el mismo libro pero escrito a trozos, como un corredor que se detiene y reemprende la carrera un tiempo después. Es cada vez el mismo libro pero desde ángulos diferentes. No hay repetición, pero es la misma obra».

Varias de sus novelas han sido llevadas al cine y ha participado en la escritura del guión de algunas películas, entre ellas Lacombe Lucien, de Louis Malle, sobre el tema del colaboracionismo durante la ocupación.

En el prólogo a la «Trilogía de la ocupación» (Anagrama), José Carlos Llop habla de de la irrupción narrativa de Modiano como «Una obertura fulgurante: como si Scott Fitzgerald y Dostoievski salieran juntos de correría nocturna y en vez de bares hubieran visitado varios círculos del infierno con un espíritu entre la frescura fitzgeraldiana y el fatalismo nihilista del ruso, mezclado con cierta atmósfera a lo Simenon».

Y respecto al estilo de Modiano afirma: «Una respiración lenta e hipnótica, con el dring cristalino y el swing jazzístico de los felices veinte, desplazado hacia la luz negra de un fragmento de los primeros cuarenta europeos, que aporta el ingrediente delirante. Sin olvidar ni el chic morandiano, ni la cosificación del nouveau roman, ni las listas a lo Perec, por supuesto. De esa literatura surgirá un adjetivo nuevo: modianesque, modianesco».

Miembro (sin serlo) de esa nada mediática generación de grandes escritores franceses de posguerra, que empezaron a escribir a partir de 1968 (como Pierre Michon, Jran Echenoz o el también premiado La Clézio), y que reivindican su plena independencia, Modiano es sin duda un autor a leer. Un autor que nos recuerda, en cada libro, que la historia no es como nos la cuentan. Y que la literatura es muchas veces el tortuoso camino que debemos emprender si queremos recuperar la verdad.

Así empieza lo malo

La última novela de Javier Marías no defrauda. Con maestría conjuga a la perfección un sinuoso hilo argumental, atrevidos ejes temáticos y el poderío de su estilo

No le ha faltado a la crítica esta vez -como no suele faltarle nunca-, el fácil recurso de aprovechar el título del libro –javier-marias-y-las-bibliotecasotro título shakespereano, y ya lleva varios desde «Corazón tan blanco»-, para clavarle el rejón a Marías con que hasta aquí ha llegado, que si «Los enamoramientos», su novela anterior, ya marcaba un «desnivel», un descenso de calidad sobre su obra anterior -pese a su indudable éxito comercial-, ahora, con la nueva, de verdad que «empieza lo malo», por no decir que «empieza lo peor», es decir, un Marías en caída libre, que cansa y aburre, que resulta demasiado tiempo tedioso y monótono, y que además «pincha» con una trama excesivamente cotidiana, o incluso «vulgar», casi de «secretos de alcoba» y «mentirijillas de matrimonio», amén de recurrir a personajes poco creíbles o incluso demasiado grotescos (como ese «real» y caricaturesco Francisco Rico, que aparece en tantas de sus novelas, pero que aquí adquiere un volumen mayor), todo ello narrado con un estilo que «ya cansa» de tan reflexivo y repetitivo.

No estoy de acuerdo. Aunque alguna de esas críticas fuese cierta, o llevara una parte de razón, en absoluto puede afirmarse que «Así empieza lo malo» es una rama prescindible, o podrida, o inútil, del frondoso árbol de la obra de Marías (ésta es su novela número 14 desde la ya lejana «Los dominios del lobo», de 1971), ni mucho menos que sea una rama que, como las que estos días se están desgajando de tantos árboles madrileños, merezca ser retirada sin más, o quemada, y que represente un peligro o una amenaza para el lector fiel de Marías (o para el que lo comience aquí a leer). En absoluto.

La novela está ambientada en el Madrid de comienzos de los años ochenta, en los albores de la transición. O más precisamente, cuando esa transición empieza a convertirse en una fiesta colectiva e inconsciente, tras los años tensos posteriores a la muerte de Franco, y cuando ya se ha «pactado» o acordado no sólo una amnistía de todos los delitos políticos del pasado, sino una amnesia colectiva, un olvido general de lo acontecido en los cuarenta años anteriores; un olvido que afecta no tanto a los grandes hechos, sino sobre todo a las pequeñas historias, las historias secretas y ocultas que tuvieron lugar durante la dictadura y cuyos actores -o muchos de ellos- tratan de borrar ahora con gran efectividad a fin de fabricarse la biografía que necesitan para los nuevos tiempos que corren.

En este marco tan propicio para hablar de cuestiones como la oportunidad o inoportunidad de la verdad, sobre la conveniencia o no de desvelar los secretos, sobre la importancia del olvido o la necesidad de la venganza, Marías traza la historia de un singular triángulo: la del joven narrador (que vive la historia en su juventud, aunque la cuenta ya mucho mayor) y la del matrimonio desdichado formado por Eduardo Muriel (cineasta de cierto relieve con un parche en el ojo, al modo de John Ford o Fritz Lang, que tiene al joven narrador contratado, mitad como asistente, mitad como pupilo) y Beatriz Noguera, madre de tres hijos, mujer inestable, con nebulosos y ocasionales desequilibrios mentales, que tiene que sufrir en casa las invectivas constantes y desagradables de un marido que la rechaza y la veja.

Con estos mimbres (y el concurso de algunos secundarios que llegan a alcanzar un protagonismo esencial en la historia, como el doctor Van Vechten, epítome de esos hombres con un «pasado reescrito»), Marías hace avanzar a través de 535 páginas una historia -discursiva a veces, muy dialogada, manejando siempre con cuidado los delicados tiempos de la intriga y la revelación- que pretende hablarnos, como muy bien afirma Jordi Gracia, de «la agobiante espiral de la verdad y de lo justo: la verdad secuestrada por interés espurio, la verdad oculta por razones legítimas, la verdad callada por los efectos canallescos de revelarla, la verdad protectora, la verdad imprudente. Y el rencor que desata no haber sabido antes».

Marías recurre a la figura del joven pupilo, observador, confidente, testigo e indagador -¿tal vez rememorando el papel que él, el «joven Marías», jugaba en cierto momento en la tertulia de adultos de Benet y compañía?- no sólo para recordar y reconstruir los vericuetos de la historia, sino para reflexionarla, darle hondura, mostrar la complejidad de los problemas y colocar a los lectores ante tesituras siempre difíciles y comprometidas, pues nos afectan a todos, querámoslo o no, creámoslo o no.

Marías se muestra, una vez más, como un fino observador del alma humana, de las conductas y pensamientos, de los propósitos y despropósitos de sus personajes, de sus manías y sus sueños, de sus actos y de sus omisiones, de los deseos que los mueven y de los temores que los paralizan, o les obligan a callar, de la ambigüedad y el engaño moral con que frecuentemente actúan, de las pasiones y verdades escondidas que, al emerger (a veces por casualidad, muchas veces sin querer), acaban delatándolos y muestran desnuda y terrible la verdad, una verdad que puede destruir, que puede devastar vidas.

La novela no aboga desde luego por el silencio, ni por callar, ni por mantener los engaños, ni por encumbrar las mentiras piadosas, ni por enterrar el pasado o secuestrar la verdad, en nombre de causas superiores o de la simple oportunidad; en absoluto. No hay un juez Marías que dictamine una sentencia o promueva una condena: esto es una novela. En todo caso, lo que sí se pone en evidencia es la conveniencia de eliminar todo prejuicio, todo esquematismo, e incluso los usos desaprensivos que a veces se hacen de ese supuesto «imperio de la verdad», tras los que a veces se esconden no pocos intereses espúreos.

En «Así empieza lo malo» Javier Marías logra con gran maestría conjugar a la vez los hilos argumentales del relato, los ejes temáticos de la historia y los recursos narrativos de un estilo tan poderoso como singular. Y el resultado es una buena novela, una novela a la que tal vez se le puede achacar la presencia de pasajes innecesarios, cierto desequilibrio entre las dos partes del relato o alguna monotonía en el tono digresivo general del libro (que, por otra parte, es el tono general de la escritura de Marías desde hace más de treinta años). Pero todo eso no dejan de ser minucias al lado de la riqueza permanente de una novela que, como casi todas las de Marías, está llena de sabiduría y buen hacer literario, algo que escasea de forma alarmante en la narrativa española actual.