Daniel Sada: barroco en el desierto
El pasado 18 de noviembre de 2011 fallecía en México DF el poeta y escritor Daniel Sada, uno de los mayores «ignorados» de nuestra literatura.
Daniel Sada ya es un «clásico» en México, pero sigue siendo un gran ignorado en España.Y no porque falten pistas para dar con él. Hace más de una década que el gran Bolaño había dicho y reiterado que, de su generación, Daniel Sada era quien estaba escribiendo la obra más ambiciosa y arriesgada de la lengua española. También Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Álvaro Mutis o Juan Villoro han recomendado vivamente la lectura de un autor que, según ellos, «ha renovado la narrativa mexicana» y «será una revelación para la literatura mundial».
En un artículo publicado hace unos años en la revista «Letras Libres», el crítico mexicano Rafael Lemús se preguntaba directamente: «¿Quién es Daniel Sada?». Y reconocía, de partida, que la respuesta no era fácil porque Sada era «entre otras cosas, el autor más incómodo de la última narrativa mexicana. Pocos escritores más esquivos, menos dóciles, para la crítica literaria (…). Cuesta ubicarlo en nuestro canon. Cuesta, incluso, tasar justamente su valor». Para Lemús, más que un narrador, «Daniel Sada es una prosa», «uno de los formalistas más extremos del idioma» y «el más arriesgado de todos».
Sada aprendió al parecer desde muy pronto a medir las sílabas en los versos de las rancheras del cancionero popular mexicano. De ahí pasó directamente al romancero tradicional español, donde constató que la métrica natural del idioma es el verso octosílabo. Y con ese punto de partida, comenzó a urdir tramas en verso, que tenían la gracia de sonar como una prosa de alta eufonía. Guiado por su oído prodigioso, Sada realizó el tránsito hasta levantar una prosa sin par en la que se aúnan los temas y los ritmos del folclore y la cultura popular mexicana con el rigorismo formal del idioma.
Con Sada volvía pues el escritor para quien tanto vale lo que se quiere contar como el cómo contarlo: el trabajo con el lenguaje, la elección de cada palabra, el ritmo y la cadencia de cada frase, la métrica peculiar del idioma, … todo cuenta. La literatura no es sólo el qué sino también el cómo. El estilo. El lenguaje.
Cuando el paladar de los lectores ya se ha hecho a la lengua aséptica, anodina e inexpresiva de los best-sellers -de la misma forma que el paladar de tantos ha sido arrasado por el hábito de la comida basura-, Sada es, efectivamente, un festín de manjares auténticos que puede resultar «incómodo», «inaccesible», «difícil».
Pero el problema no es Sada. El problema son los malos hábitos, el problema es la literatura-basura. Con Sada uno puede, realmente, recuperar el paladar, volver a conector con el sabor originario del idioma, gozar de sus prodigios, deleitarse con sus extraordinarias posibilidades expresivas, chocar y herirse con sus poderosas aristas.
A este peculiar estilo de Sada se le ha calificado, a veces, como «barroco». El propio Bolaño escribió que la obra de Sada sólo era parangonable, en el ámbito hispano, con la de Lezama, «aunque el barroco de Lezama, como sabemos, tiene la escenografía del trópico, que ya se presta bien a un ejercicio barroco, y el barroco de Sada sucede en el desierto».
Lemús considera, probablemente con acierto, que el «barroquismo» de Sada no es, sin embargo, lo decisivo de su prosa. Lo decisivo está en otra parte: en el juego con el lenguaje popular. No en la repetición o copia de lo que se dice «en la calle» y cómo se dice. No. Se trata de un «juego» culto, literario, pero que tiene como materia básica el lenguaje popular, sin duda una de las fuentes más poderosas de la creación: la que alienta en el Lazarillo, en la Celestina, en el Quijote… Pero, eso sí, elaborado con un gran rigor: un rigor muchas veces ascético, casi bíblico, y con la contundencia expresiva de un western. La Biblia y el western, por cierto, eran dos de sus fuentes de inspiración favoritas. Por tanto, en algo sí llevaba razón, de todos modos, Bolaño: en la lengua de Sada no está la feracidad tropical, sino la atmósfera vacía, el espacio infinito y los espejismos de los desiertos (como lo está en la Biblia y como lo están en los western).
Sada (Mexicali, Baja California, 1953) dejó escrita una obra prolija y extensa: tres libros de poemas, seis de relatos y nueve novelas. Con «Registro de causantes» (1992) ganó el premio Villaurrutia de relatos (el más importante de México). Su novela «Una de dos» (1994) fue llevada la cine. Pero quizá su gran obra maestra sea la novela que lleva por título: «Porque parece mentira la verdad nunca se sabe» (1999, editada en España por Tusquets en 2001), de la que Juan Villoro afirmó que suponía una verdadera renovación de la novela mexicana.
«Casi nunca», la obra con que ganó en 2008 el Premio Herralde de Novela (lo que representó su incursión más seria en el «mercado» literario español), es una muy digna expresión de las virtudes de la narrativa de Sada y una singular invitación a adentrarse en su universo narrativo. La novela plantea un dilema amoroso formulado simultáneamente en clave de humor y en clave sagrada, mitad parodia mitad relato mítico. El antihéroe arquetípico que protagoniza la novela («un tal Demetrio Sordo, agrónomo») tiene que optar entre el amor carnal, sensual y siempre disponible con una puta (la morena Mireya) o el camino ascético y de renuncias que conduce al «amor eterno» (la bella Renata). Todo ello en el marco del México polvoriento y siempre turbio de los años cuarenta.
Sada se desenvuelve con gran soltura por un territorio que le es, sin duda, extraordinariamente familiar. Y consigue que su «narrador» haga verdaderas diabluras con el lenguaje, para regocijo de un lector que, por fin, puede abandonar la planicie narrativa del presente y echarse a volar o despeñarse por los barrancos verbales de una prosa hecha para ser paladeada lentamente y no devorada en un minuto.
Sada pone el listón alto, pero no insalvable. Su proyecto narrativo es arriesgado, pero sin riesgos ¿puede tener algún interés la literatura?