Canción de tumba
En Canción de tumba Julián Herbert reconstruye la compleja y dramática vida de su madre prostituta. La novela, que ganó el premio Jaén de Novela cuando era inédita, fue publicada en 2012 por Mondadori. Se trata de una narración intensa y radical, escrita desde un trapecio sin red, porque, como dice el autor, “una buena historia no se puede escribir con buenos modales”.
Canción de tumba comienza con la enfermedad de Guadalupe Chávez, la madre de Herbert, que está en un hospital por una grave leucemia. Este suceso le sirve al autor para echar marcha atrás y reconstruir la vida de su progenitora -con sus múltiples nombres- y la suya propia, en medio de un México turbulento, corrupto y violento. Herbert escribe en la habitación del hospital, donde pasa las noches, en una situación de duermevela que se reconstruye y narra en una parte del libro, con su permanente olor a fármacos, enfermedad, sangre y a todo lo vinculado con la degradación del cuerpo humano.
Por el libro desfilan hermanastros, hijos bastardos, padres perdidos, prostíbulos, noches sin dormir o viajes contantes que fueron la experiencia infantil de un Julián Herbert, que decidió dar forma a un texto que en cierto modo podría considerarse el libro de su vida. “El proceso fue muy intenso y muy radical -afirma en una entrevista-. Siempre tuve en la cabeza escribir esta historia, pero me parecía algo muy melodramático, y cuando sucedió lo de la enfermedad de mi madre, a finales de 2008, la razón de la escritura se convirtió en algo muy pragmático porque tenía que pasar muchas horas en el hospital y mantenerme despegado lo más posible”.
La enfermedad terminal de una mujer cuyo primer recuerdo era una paliza es el detonante de la historia narrada. “Tuve que vencer una vergüenza personal y otra literaria”, dice el escritor mexicano. “Lo autobiográfico tiene esquinas difíciles”.
“Madre solo hay una. Y me tocó”, reza la cita que abre Canción de tumba. Lo que le sigue es un torrente infernal de nomadismo prostibulario, casas malconstruidas por sus propios inquilinos, desahucios y violencia. “Lo malo de ser el hijo de una puta es que, cuando eres niño, muchos adultos actúan como si la puta fueras tú. Mi hermano mayor tuvo que salvarme de ser violado al menos en tres ocasiones antes de que me graduara de primaria”, escribe Herbert, que insiste en que su mayor preocupación al escribir esta novela no fue qué contar sino cómo hacerlo: “No quería hacer una autobiografía, sino algo que funcionase literariamente”.
Afirma Herbert que “todo abismo tiene sus canciones de cuna”, y por eso subraya que ha querido huir en el libro de la “ideología” del dolor: “El dolor es intransmisible, solo admite cómplices. Plantearse otra cosa solo sirve para hacer novelas chantajistas”. Tal vez por eso Canción de tumba tiene mucho de sangrante canción de amor no exenta de redención. “Redención, no. Uno es mejor o peor escritor por lo que hace con lo que le tocó. Tengo amigos nacidos en familias felices que son grandes escritores por otra clase de cicatrices. No reivindico ni la pobreza ni el sufrimiento. Con cualquier vida se puede construir un universo literario”, dice.
Para muchos de los que van a sus conciertos musicales, avisa Herbert, la literatura es una lengua muerta. La suya, sin embargo, se alimenta de poesía culta, oralidad callejera y anglicismos sin mala conciencia: “No renuncio a la literatura, pero eso hoy significa algo más que escribir bien. Escribir solo para ser comprendido achata el lenguaje, le quita filo. ¿Los anglicismos? En México todo es frontera”.
En Canción de tumba la vida de los personajes va acompañada por una decepcionante sucesión de gobiernos. Así, asoció a López Portillo el desahucio de sus 12 años: “Le tengo un resentimiento infantil. El desamparo vino de un presidente con discurso de izquierdas”. De aquel naufragio rescató un libro de Oscar Wilde y admite que la literatura le salvó de “muchas cosas”, pero matiza: “Como a cualquiera. Los libros son más generosos que los hombres”. Su manuscrito no lo leyó ninguno de los que salen en él. “No lo voy a leer nunca”, le dijo su mujer. Es ella la que en un momento del relato le pide: “Cuéntame ahora un recuerdo feliz”.
Todo el libro respira valentía y decisión. Una actitud que llevó al autor de poemarios como “El nombre de esta casa” o “La resistencia”, de la novela “Un mundo infiel” (publicada hasta ahora sólo en México) o del libro de cuentos “Cocaína (manual de usuario)”, entre otros muchos títulos en su haber, a escribir esta historia porque, como suele decir, lo mejor que ha hecho en su vida es escribir. “Lo que mejor he pilotado en mi vida ha sido la escritura y el proceso técnico y emotivo de la escritura es tenso, muy duro y muy artesano”, afirma Herbert. Y sostiene que, aunque la historia medular de Canción de tumba es la verdad de su vida, luego está el proceso de ‘ficcionalización’, porque “el recuerdo es una de las vertientes de la imaginación”.
“Fue muy duro de hacer (el libro), porque es como sacar los esqueletos del clóset y tratar de hacer una revaloración testimonial. Creo que es difícil y es riesgoso. Y tratar de convertir eso en ficción, que funcione como novela, todo eso junto fue una experiencia muy intensa que se extendió mucho, pero era una cosa que tenía que hacer.”
Y que el lector hará muy bien en no perderse. Porque Herbert es la auténtica literatura viva de hoy.