Voces de Chernóbil
Pocos libros leídos en estos últimos tiempos me han producido el impacto de estas Voces de Chernóbil, de la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, recientemente elegida Premio Nobel de Literatura 2015 y primera escritora de «no ficción» que recibe el más conocido galardón literario del mundo. Elegí el libro un poco al azar, por curiosidad, llevado de mi interés por todos los temas relacionados con la desaparición de la URSS, y estimulado por mi ignorancia sobre el verdadero alcance y sentido del accidente de Chernóbil. Pero fue abrir el libro, leer la primera «voz» (la de la mujer de un bombero que acudió la misma noche de la explosión a apagar el incendio en la central y murió a los quince días a causa de la radiación) y sentí no sólo la conmoción absoluta que provoca esa historia, sino toda la grandeza del trabajo literario de una escritora que ha rescatado para nosotros la memoria viva de un periodo crucial de nuestra historia colectiva.
Hija de dos maestros, él bielorruso y ella ucraniana, Svetlana Alexiévich nació el 31 de mayo de 1948 en el pueblo de Stanislav, en la Ucrania soviética, pero se crió en la república soviética de Bielorrusia. Estudió periodismo en la Universidad de Minsk desde 1967 y al graduarse marchó a la ciudad de Biaroza, en la provincia de Brest, para trabajar en el periódico y en la escuela locales como profesora de historia y de alemán. Durante un tiempo se debatió entre la tradición familiar de trabajar en la enseñanza o dedicarse al periodismo. Desde sus días de escuela había escrito poesía y artículos para la prensa escolar y también en la revista literaria Neman de Minsk, donde publicó sus primeros ensayos, cuentos y reportajes.
El escritor bielorruso Alés Adamóvich la inclinó a la literatura, apoyando así el nacimiento de un nuevo género de escritura polifónica que se conoce como «novela colectiva», «novela-oratorio», «novela-evidencia» o «coro épico», entre otras fórmulas. En esos textos, a medio camino entre la literatura y el periodismo, Alexiévich utiliza la técnica del collage, yuxtaponiendo testimonios individuales, lo que le permite acercarse con más intensidad a la sustancia humana de los acontecimientos. Para construir sus «crónicas», Svetlana tuvo que transformarse en viajera: visitó casi toda la Unión Soviética.
Utilizó esta técnica en su primer libro: La guerra no tiene rostro de mujer (1983), en el que, a partir de entrevistas, abordó el tema de la participación de las mujeres rusas en la II Guerra Mundial. El estreno de la adaptación teatral de esta obra en Moscú, en 1985, supuso un gran antecedente en la glásnost (o apertura del régimen soviético) iniciada por Mijaíl Gorbachov. En Los chicos de zinc (traducida a veces como «Ataúdes de zinc»), de 1989, compila un mosaico de testimonios de madres de soldados soviéticos que participaron en la guerra de Afganistán. En Cautivos de la muerte, 1993, ofrece la visión de aquellos que no pudieron sobrevivir a la idea de la caída del régimen soviético y se suicidaron. Voces de Chernóbil (1997) expone el heroísmo y el sufrimiento de quienes se sacrificaron (o fueron sacrificados) en la catástrofe nuclear de Chernóbil. Libro traducido a veinte idiomas, todavía sigue prohibido en Bielorrusia. En su última gran obra, Época del desencanto. El final del «homo sovieticus», publicado a la vez en alemán y en ruso en 2014, lleva a cabo un extenso retrato generacional de quienes vivieron la dramática caída del imperio y el estado soviéticos. También ha compuesto numerosos guiones para documentales y varias obras de teatro.
La obra de Svetlana Alexiévich es una crónica personal y un fresco impresionante de la historia de los hombres y mujeres soviéticos y postsoviéticos, a los que entrevistó para sus narraciones durante los momentos más dramáticos de la historia de su país: la II Guerra Mundial, la guerra de Afganistán, la caída de la Unión Soviética y el accidente de Chernóbil. Enfrentada al régimen autoritario y a la censura del presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, abandonó Bielorrusia en el año 2000 y vivió en París, Gotenburgo y Berlín. En 2011 Alexiévich volvió a Minsk. Varios libros suyos fueron publicados en Europa, Estados Unidos, China, Vietnam e India. En la actualidad la mayoría de sus obras fundamentales ya tienen traducción al español.
En Voces de Chernóbil Svetlana Alexiévich construye una polifonía narrativa desgarradora en torno a un suceso que ella considera como uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX (a la altura del Holocausto o el Gulag): la explosión de un reactor nuclear en la central de Chernobil el 26 de abril de 1986. Tras ocultar durante varios días la envergadura del hecho, las autoridades soviéticas (con Gorvachov al frente) no tuvieron más remedio que afrontar la realidad cuando desde Suecia o Alemania se detectó la llegada de la nube radioactiva. La todavía existente URSS movilizó entonces a cerca de 800.000 efectivos para tratar de afrontar la situación: la mayoría eran soldados de las distintas repúblicas que fueron reclutados bajo engaños y amenazas (la teoría de un ataque o un sabotaje imperialista se mantuvo durante todo ese periodo de reclutamiento). Batallones enteros de «liquidadores» (así se llamó a quienes se encargaron de «liquidar» las consecuencias del accidente de Chernóbil), sin el equipamiento adecuado y sin mucho conocimiento de a qué se enfrentaban realmente, colaboraron con el ejército para llevar a cabo la evacuación de la población de la zona más contaminada (treinta kilómetros alrededor de la central), el «entierro» de la capa más contaminada de la tierra, la tala de los bosques, la eliminación de los animales vivos, etc. Mientras tanto, se llevó a cabo un trabajo suicida para evitar la explosión en cadena del reactor (echando encima toneladas de materiales diversos) y, posteriormente, se construyó un sarcófago de hormigón en torno al reactor. Prácticamente todas las personas que llevaron a cabo estos trabajos en las inmediaciones de la central han fallecido ya: o directamente por la radiación o a consecuencia de distintos tipos de cáncer. No existe una cifra oficial de las personas que han muerto en Ucracia, Rusia y Bielorrusia como consecuencia del accidente de Chernóbil. Ni siquiera hoy, treinta años después. Pero en Bielorrusia, por ejemplo, los casos de cáncer se han multiplicado por 75. La zona que rodea Chernóbil es aún zona prohibida para la vida y la agricultura. Los efectos nocivos de la radiación durarán miles de años.
Voces de Chernóbil no es un libro técnico sobre el accidente, ni una reconstrucción rigurosa de los hechos, ni un memorándum sobre cómo este hecho contribuyó a la implosión final de la URSS. Svetlana Alexiévich lo subtitula «Crónica del futuro». Todo el libro (articulado a partir de monólogos de personas que sufrieron de una u otra forma los efectos de la catástrofe) tiene un aire de trágico presentimiento. Lo que traslucen las voces de los sin voz, la «historia oculta» contada por el pueblo, es algo que va más allá de un destino acatado. Más allá del dolor, del sufrimiento y del sacrificio (a veces heroico) se esconde una reflexión esbozada e inquietante sobre esta nueva, moderna, desconocida y letal «amenaza» que pende «invisible» sobre nuestras cabezas. Sobre toda la humanidad. Chernóbil cambió no sólo la forma de vida de millones de personas; cambió también sus valores, el sentido de su existencia, su forma de relacionarse, su forma de ver las cosas, su concepto del tiempo y de la técnica, la idea de las amenazas a las que nos enfrentamos. En definitiva, Chernóbil marcó un antes y un después en la historia humana. Y esto es algo que difícilmente se percibe si no es a través de la lectura de un libro como este. Un libro prácticamente obligatorio.