Desgracia

Nacido en Ciudad del Cabo en 1940, educado en Sudáfrica y Estados Unidos, profesor de literatura en la Universidad de Ciudad del Cabo durante muchos años, pero también con largos períodos de docencia en Inglaterra y EEUU y, desde hace más de un lustro, residente habitual en Australia, J. M. Coetzee es sin duda un escritor anglosajón por los cuatro costados. También es el primer escritor que ha ganado dos veces el Premio Brooker, el más prestigioso de la lengua inglesa: la segunda vez, por «Desgracia» (1999). En 2003 recibió el Premio Nobel de Literatura.

Desgracia es sin duda su obra más destacada, más lograda, más honda y desgarradora: ese tipo de novela redonda y perfecta que todo gran escritor aspira a crear al menos alguna vez. Esa obra donde toda el alma del escritor está puesta en el asador y toda su sabiduría narrativa se desliza página a página a lo largo y ancho del relato.

A sus cincuenta y dos años, David Lurie -el protagonista de Desgracia– tiene muy poco de lo que enorgullecerse. Con dos divorcios a sus espaldas y una hija a la que apenas ve y con la que no se entiende, intentar apaciguar su indeclinable deseo sexual se ha convertido ya en prácticamente su única aspiración en la vida, puesto que las clases que sigue dando rutinariamente en la Universidad son un mero trámite para él y aún más para sus alumnos, que no le prestan ya la menor atención.

Sin embargo, cuando en un momento determinado se destapa su relación con una alumna (una relación mutuamente consentida), que termina por convertirse en una denuncia de acoso y un posible proceso por abusos, David Lurie se ve envuelto de pronto en una espiral tan turbadora como desquiciante. Sin poder apenas dominarse, y llevado por la indignación y la soberbia, preferirá renunciar a la docencia y a la universidad antes que dar explicaciones y disculparse en público. Al final, rechazado por todos, irritado y amargado, abandona Ciudad del Cabo y se marcha a visitar a su hija Lucy, que vive en una granja.

Allí, en una sociedad donde los códigos de conducta, ya sea de los blancos o ya sea de los negros, han cambiado drásticamente con el fin del «apharteid», y donde el idioma es una herramienta viciada que ya no sirve a este mundo naciente, David Lurie verá hacerse añicos todas sus certidumbres y todas sus creencias en una tarde de violencia implacable.

Novela profunda, inquietante, extraordinaria, tan desgarradora que por momentos sobrecoge verdaderamente al lector, subyugante desde el comienzo al final, Desgracia es seguramente la mejor de esas «novelas luminosas y desconcertantes de J. M. Coetzee» que, al decir de Javier Marías, «nos revelan que la verdad es siempre extranjera».

Una novela que, además, rompe en añicos cualquier visión idílica sobre la supuesta integración racial en la nueva Sudáfrica. Las cosas no son tan sencillas como las cuenta la propaganda y las difunde la televisión. Una vez más es la literatura, la gran literatura, la que se ofrece como el camino más fecundo hacia la verdad.

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