Dublinesca: gozosa y genial
El más singular, arriesgado y novedoso de cuantos proyectos narrativos se han puesto en pie en España en los últimos tres decenios, ha alcanzado su cénit. Porque eso es, en definitiva, la última obra de Enrique Vila-Matas: el cénit, la cumbre de su obra.
Un libro en el que el escritor barcelonés llena y apura la copa de sus singulares (aunque aún bastante incomprendidas) virtudes literarias y nos ofrece un verdadero recital, un compendio exhaustivo de lo que es su literatura. Un libro gozoso y genial, una novela pletórica de humor y de dolor, que cava hasta lo más hondo en todas y cada una de las obsesiones vila-matianas: la identidad entre vida y literatura, la voluntad perpetua de ser otro y escapar de la cárcel de las identidades obligatorias, la soledad que aguarda a todo destino humano.
El marco de la novela no puede estar elegido con más acierto: asistimos al final de la era Gutenberg y a la llegada de una inquietante nueva era: la era digital. Es el fin del libro impreso, el fin de cierta literatura, el fin de un mundo, una verdadera «apocalipsis», sobre todo para Samuel Riba -protagonista indiscutible de «Dublinesca»-, «el último de los grandes editores literarios», uno de esos raros editores que leían y amaban la literatura, pero que se ha visto obligado a retirarse y cerrar la editorial hace ya dos años. Desde entonces -dice el narrador- «vive en una potente y angustiosa psicosis de fin de todo». Se siente viejo, abandonado, solo. Ha perdido el refugio de la bebida y de los actos sociales que como editor famoso le llenaban la vida. Las relaciones con sus ancianos -y aún excesivamente paternales- padres y con su mujer, Celia -que además está a punto de hacerse budista-, son otros tantos quebraderos de cabeza. Vive recluido en su casa barcelonesa, cada día más absorbido y más obsesionado con internet, a punto de convertirse en un hikikomori: uno de esos adolescentes japoneses que viven encerrados meses y años en sus cuartos, sin otra relación con el mundo que la televisión y su ordenador.
Para escapar de esa obsesiva reclusión que amenaza con trastornarlo, Riba -que tiene una notable tendencia a leer e interpretar su vida como un texto literario- concibe un genial «plan de fuga»: marchará a Dublín y allí, el Bloomsday (el 16 de junio, día en que se conmemora la jornada en la que transcurre el Ulysses de Joyce) celebrará, con un puñado de amigos escritores, un funeral por la era Gutenberg.
Los preparativos, la realización y la extraordinaria coda final de ese insólito viaje constituyen la guía maestra de un relato que, amparado en una comicidad soterrada e hilarante, deviene en una monumental parodia de lo apocalíptico; pero también en una aguda reflexión sobre las inevitables mutaciones que acechan en este auténtico «final de época».
La novela está poblada de ingredientes típicamente vila-matianos: sueños premonitorios, encuentros casuales, fantasmas presentidos, ambiciones frustradas (como la de encontrar al nuevo genio de la literatura: la ambición nunca alcanzada por Riba y que le persigue todavía) y, por supuesto, el impulso constante de «convertirse en otro», vivir en otro sitio, de hacerse extranjero… Y está, como todo texto de Vila-Matas, densamente poblada de escritores, de libros, de películas, de canciones, de citas y de pertinentes reflexiones literarias: como la magistral interpretación que ofrece del decurso de la literatura del siglo XX, como un tránsito desde la exuberancia de Joyce al laconismo de Beckett.
Además, como todo libro de Vila-Matas, «Dublinesca» es también una invitación a leer otros libros, ver ciertas películas, escuchar algunas canciones y ver determinados cuadros. El lector -para disfrutar plenamente de ella- hará bien en ver «Spider», de David Cronenberg, «Desierto rojo» de Antonioni, o «Los muertos» («Dublineses») de John Huston. Y, desde luego, leerse al menos el célebre capítulo 6 del Ulysses, con el entierro del «pobre» Paddy Dingam.
Gran fiesta de la literatura, este «entierro» del libro impreso, este funeral por la «honrada vieja puta de la literatura», esta gozosa «Dublinesca» de Vila-Matas es, también, un libro sabio y corrosivo sobre la vida y sobre lo «real». No en vano, y aunque no lo parezca, Vila-Matas es un gran pintor de paisajes anímicos, un retratista implacable de la angustia que atenaza al europeo de hoy, un investigador de primera fila de los fantasmas que nos acechan. Aunque el verdadero estímulo que anima toda la literatura de Vila-Matas no es retratar la angustia paralizante que deriva del tedio contemporáneo, sino -como afirma certeramente Alan Pauls- «la voluntad de vivir una vida diferente». Incluso en esta obra, tan centrada en los temas de la vejez y la muerte, late esa pulsión. Esa Gran Voluntad.