Kassel no invita a la lógica
En su última novela, “Kassel no invita a la lógica”, Vila-Matas ensaya una nueva forma de indagación narrativa: el relato documental hecho ficción
Desde hace tiempo, uno tiene siempre la extraña sensación de que la última novela que ha leído de Vila-Matas es necesariamente eso, la última, como si el escritor barcelonés se hubiera metido en un callejón sin salida, donde ya no caben nuevos experimentos ni más juegos. Como si la cuerda se hubiera estirado hasta el límite y ya fuera inútil o baldío un nuevo esfuerzo. Por eso, cuando se anuncia “otra” novela de Vila-Matas, a uno le suena a broma, a hecho imposible, a “McGuffin”, un bulo que sus editores lanzaran al viento para recordar al público que todavía hay mucho Vila-Matas que leer, aunque desde luego “nada nuevo”.
Quizá por eso uno toma con escepticismo el hecho increíble de que en su librería habitual aparezca una nueva novela de Vila-Matas. Como ya no lee suplementos literarios, la sorpresa se redobla. Y al leer el título, ese “Kassel no invita a la lógica”, se teme lo peor. Algún refrito editorial. Cosas de aquí y de allá, tomadas al albur, para llevar al público al convencimiento de que el escritor no ha enmudecido todavía.
Y aún sin borrar el gesto escéptico uno se pone a leer ese libro de título radicalmente antinovelesco, con la extraña sensación de que es una lectura “sin lógica alguna”, que uno va a sumergirse en alguna especie de anecdotario insulso, a propósito además de un tema “vacío” por completo, el famoso y extinto “arte actual”, que le trae de inmediato a la memoria los demoledores chistes anuales de El Roto acerca de Arco.
Los peores temores comienzan a materializarse en cuanto uno lee las primeras páginas, en las que un narrador que guarda apenas una mínima distancia con el autor comienza a contar minuciosamente, y con las digresiones habituales, una serie de insólitas llamadas y encuentros con ciertas personas desconocidas que tratan de convencerle de que renuncie a su rutina habitual de escritor y acuda como invitado a la famosa Documenta de Kassel (la mítica muestra de arte de vanguardia, que se celebra en Alemania cada cinco años), con el extraño cometido de convertirse en parte de una instalación viviente, ya que debe sentarse a escribir todas las mañanas en la mesa de un restaurante chino de las afueras de la ciudad, dejarse ver y contestar, si hace falta, a las preguntas que le hagan curiosos y desconocidos de cualquier nacionalidad y en cualquier lengua.
Todo parece absurdo, aunque todo es muy real, pues tal invitación existió y el escritor ciertamente acudió a esa cita. Pero “contado”, el hecho deviene, instantáneamente, en pura literatura: pues al narrarlo, el escritor se diluye, el narrador cobra vida y lo narrado pierde su suelo estable en la objetividad y comienza su deambular por la neblinosa telaraña de la ficción, donde -y aún no han pasado una veintena de páginas- quedamos completa y definitivamente atrapados.
Entonces nos damos de cuenta de que Vila-Matas ha tejido una red nueva. Por muy familiares que nos resulten muchos de los recursos y ardides de su escritura, por mucho que nos sintamos “en casa” leyendo estas páginas, no logramos deshacernos en todo el tiempo de la sensación, sorprendente, cautivadora, de que vamos por un nuevo camino, que hemos emprendido una aventura desconocida, que estamos en una inesperada expedición hacia no sabemos dónde y para la que, otra vez, no tenemos una brújula preparada ni un mapa clarificador.
¿Qué es esto?, se pregunta el lector. Incluso el lector avezado. Incluso el transeúnte habitual de las complejas y diversas avenidas literarias de la obra de Vila-Matas. ¿Adónde vamos? Sin duda, a dar un paseo. Lo que tenemos entre manos es un curioso documental, rodado por un paseante, que asiste, entre la inquietud y un cúmulo de expectativas, a un espectáculo muy fuera de lo común: una ciudad en el corazón de Europa convertida en el escenario provisional de un conjunto de obras de arte de vanguardia que intentan, nada menos, que rescatar el valor del arte en un mundo aniquilado, devastado, perdido. Kassel, como muchas otras ciudades alemanas y europeas, fue destruida por los bombardeos durante la segunda guerra mundial. Hoy es una ciudad perfectamente reconstruida. Ella y tantas otras han renacido de las cenizas. ¿Pero están vivas? ¿Son un mundo viviente? ¿O son simplemente el cuidado escenario por donde deambula una sociedad de zombis? ¿Está viva Alemania? ¿Está viva Europa? ¿Son algo más que un museo? ¿Tal vez un balneario de lujo, donde un mundo decrépito espera impaciente su final?
¿No hay nada vivo en ese conjunto de ruinas? El paseante de Vila-Matas va de aquí para allá, entre las distintas instalaciones de la Documenta (y como personaje díscolo, intentando hurtarse todo lo que puede de su propia tarea como escritor “instalado”), va trazando las huellas y dibujando las impresiones de su atrevido documental, y va constatando que algo vivo respira todavía en los intersticios de esas obras sorprendentes, en principio incomprensibles, siempre con un aire burlón de provocación, desafiando la buena lógica del sentido común, y justo por ese hecho, dotadas de un imprevisto soplo de vida. Descubre así la paradoja de que lo que creemos vivo (el mundo) está muerto, es una fantasmagoría, mientras que lo que damos por fácilmente muerto (el arte de vanguardia), tiene un aliento real de vida. Este descubrimiento no sólo colma la satisfacción intelectual y estética de nuestro paseante solitario, sino que cambia su vida real. Eminente bipolar (entusiasta por las mañanas, depresivo por las noches), el narrador va experimentando un cambio que le sorprende: el impulso secreto y silencioso que le llega de las obras, lo va colmando de vitalidad, hasta el punto de que cada vez experimenta menos esa angustia fuerte de las tardes, que le llevaba a pensar en panoramas negros y horribles.
Contra lo que suele parecer, y contra lo que la mayor parte de la crítica suele creer, el “documental” de Vila-Matas sobre Kassel es una poderosa, y rigurosa, indagación en la realidad de hoy, en las fallas del presente, en esas “fallas” que luego desencadenan los verdaderos terremotos y dejan sobre la gente ese paisaje de cicatrices que es la verdadera marca del mundo. Contra la simpleza de ciertas formas de pensamiento, cabe seguir recordando que no es necesario mancharse los pies de lodo, ni escribir al dictado de los titulares de la prensa, para captar los auténticos resortes de lo real, para diagnosticar el presente, para tener una cierta idea del mundo en que vivimos y cuáles son las verdaderas encrucijadas en que nos movemos.
Con su clásico humor, su ironía cervantina -ya he dicho otras veces, y lo repito, que Vila-Matas me parece uno de los pocos escritores “cervantinos” de nuestra literatura- y una lucidez inédita, que va un poco más allá y un poco más hondo cada vez, con cada nueva novela, el escritor barcelonés nos reitera que siempre es posible emprender una aventura, que siempre podemos mirar el mundo desde un nuevo ángulo, que merece la pena intentar entender lo que no conocemos, incluso lo que no tiene lógica, que en un mundo desquiciado, el arte, al menos cierto arte, aún contiene una débil luz de esperanza, y que en literatura siempre se puede -y se debe- innovar. Enorme lección de un escritor, ya internacionalmente consagrado, que ha decidido no echarse a dormir en los laureles, sino seguir convirtiendo cada libro en un laboratorio literario: como este “Kassel no invita a la lógica”, donde se inventa el documental literario de ficción, y entre cuyas páginas uno se encuentra enteramente a gusto.