Las leyes de la frontera
En su nueva novela, «Las leyes de la frontera», Javier Cercas indaga en el lado oscuro, salvaje, oculto de la transición
Cuenta Javier Cercas, en una entrevista en La Vanguardia, que cuando realizaba el trabajo de documentación para «Anatomía de un instante» (una indagación narrativa, a mitad de camino entre el ensayo y la novela, sobre la transición española, centrada en la figura de Adolfo Suárez y los hechos del 23-F), le sorprendió, y le causó cierta extrañeza, toparse con el hecho de que la información política de la época, muy viva e intensa, compartía protagonismo y primeras planas con la información sobre el mundo de los «quinquis»: delincuentes juveniles y bandas adolescentes, cuyas «fechorías» o «heroicidades (según quién las relatara) rivalizaban en la prensa de entonces (en revistas como Interviú, por ejemplo) con las noticias sobre la Constitución o las elecciones democráticas.
El fenómeno no fue tan pasajero, ni meramente insustancial. Incluso acabó pasando de la prensa a la televisión, y de ahí al cine (con la colaboración de directores tan destacados como José Antonio de la Loma, Eloy de la Iglesia o Carlos Saura) y a la música (Los Chichos, Los Chunguitos…), hasta convertirse en un verdadero «fenómeno de masas». Estos medios idealizaban al quinqui, que normalmente no era más que un pequeño delincuente surgido de los arrabales urbanos creados en los 50 y 60, durante el franquismo, y los erigían en «mitos» juveniles, que encarnaban una cierta actitud de rebeldía frente al sistema y eran, de alguna manera, un símbolo de libertad. Menores de edad, hijos de la emigración (como el Vaquilla, el Jaro, el Trompetilla, el Fittipaldi o el Mini) se convirtieron entonces en una versión española y lumpenizada de Bonnie and Clyde, cuyos golpes audaces y osados (incluidos atracos a bancos) se describían con todo lujo de detalles en la prensa, con un cierto deje de admiración, que alcanzaron su cenit cuando algunos de ellos se convirtieron casi en «estrellas de cine», protagonizando en la pantalla su propia vida: una vida que oscilaba siempre entre pequeños períodos de libertad, reincidencia casi inmediata en los delitos y vuelta a las cárceles, donde transcurría la mayor parte de sus vidas. Años más tarde, el fenómeno pasó, perdieron interés, los medios los olvidaron, mientras los protagonistas agonizaban y morían como chinches, arrasados por la heroína.
Javier Cercas apunta, con tenue trazo, la sospecha de que aquel boom de los quinquis no fue del todo casual en aquellos años. España -recuerda- había vivido un baby boom y existía, a principios de los setenta, un excedente demográfico de jóvenes, muchos de ellos sin trabajo, lo que constituía un caldo de cultivo ideal para que prendiera entre ellos alternativas como la revolución o la violencia (como se ha visto estos días en los países árabes). Cercas no se atreve (para no ser acusado de «conspiranoico) a acusar directamente al Estado o al Sistema de haber fomentado de algún modo este fenómeno y haber canalizado así a cientos, a miles de jóvenes, hacia este tipo de violencia estéril, asociada a una falsa mitología de la libertad, para luego echarlos en mano de la heroína y liquidarlos. Para Cercas, a finales de los setenta, en España hubo «una guerra» muy poco conocida, que fue la de la heroína, cuyo consumo se extendió de forma fulminante entre los años 1978 y 1979. Y trae a colación el testimonio de un profesor de aquella época: «De los treinta muchachos de mi clase en aquellos años no ha quedado ni uno vivo».
En «Las leyes de la frontera», Javier Cercas levanta una ficción, a ratos dura y a ratos romántica, en torno a tres personajes que iluminan y encarnan a la perfección aquel fenómeno, y le dan una vida muy intensa y atractiva, y a ratos verdaderamente absorbente. La novela se cimenta en un «triángulo» muy bien contado: por un lado está el Zarco, un pequeño delincuente, muy duro, que acaba atracando bancos y convirtiéndose en un mito mediático antes de acabar sus días pudriéndose en una cárcel enganchado a la heroína; por otro lado está «el Gafitas», un estudiante acosado, hijo de charnegos, que se liga accidentalmente a la banda del Zarco en un período de su adolescencia, sale de ella relativamente indemne y que, veinte años después, ya como abogado, se encarga de la defensa de aquel ante los tribunales; y, entre ambos, ocupando siempre una posición equívoca, y nunca del todo aclarada, está Tere, una joven de los arrabales, guapa, ceñuda y esquiva, que bascula permanentemente entre los dos, sin que nunca sepamos exactamente cuáles son sus vínculos reales con uno y otro y sus auténticos sentimientos. El escenario de las andanzas de este triángulo es la ciudad de Girona, hoy una pequeña joya restaurada, pero entonces, a comienzos de los setenta, una ciudad destartalada, rodeada de arrabales mugrientos, donde la pobreza, la marginación, la prostitución, la delincuencia y la falta de expectativas alimentaban un cóctel explosivo.
En la novela, Cercas no oculta en ningún momento su intención desmitificadora de aquella figura del delincuente juvenil que exaltaban la prensa, el cine o Los Chichos, a la vez que lanza una poderosa andanada contra el espúreo papel jugado por los medios en la producción artificiosa e intencionada de aquel falso mito libertario.
Novela bien trabada, construida a base de diálogos y entrevistas, «Las leyes de la frontera» es un relato absorbente, que una vez iniciado ya no se puede abandonar, aunque Cercas va a conseguir mantener en la sombra y sin desvelar algunos de los misterios que agitan la novela. Es su gran potestad como narrador y uno de sus grandes aciertos: al final, toda la verdad nunca se sabe.
Resultan muy instructivos artículos como este. Muchísimas gracias