Mapa de los sonidos de Tokio

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Isabel Coixet es sin duda una de las figuras más relevantes del cine español de la última década. Una figura que ha crecido filme a filme (“Mi vida sin mí”, “La vida secreta de las palabras”, “Elegy”…), y que ha logrado traspasar con sus brillantes y originales películas las fronteras nacionales hasta obtener el raro privilegio de una verdadera internacionalidad, lo que este año le ha abierto las vedadas y exclusivas puertas de la sección especial del Festival de Cannes, el templo sagrado del “cine de autor”.

Esta impresionante trayectoria obliga a ver su cine desde una mirada especial. Una mirada crítica y exigente. Una mirada que fuerza a poner su última película, “Mapa de los sonidos de Tokio”, ante ciertas reservas.

La película es un extraño y atrevido “trhiller” romántico, inmerso plenamente en algunas de las constantes temáticas del cine de Coixet: la añoranza producida por la pérdida del ser amado, los sentimientos amorosos no correspondidos, la dificultad de encontrar un cauce común a las emociones y a las palabras… En este sentido no cabe duda alguna que es una película de la “factoría” Coixet.

El centro del film es la explosiva relación más sexual que amorosa entre Sergi López (un barcelonés que regenta una tienda de vinos en Tokio, y está sumergido en el dolor tras el suicidio de su novia, Midori, hija de un potente empresario japonés) y Rinko Kikuchi (la espléndida actriz que ya brilló con luz propia en “Babel”), la mujer a la que el empresario encarga la eliminación de aquél, al que culpa de la muerte de su hija. Rinko, una extraña y solitaria mujer que trabaja por las noches en la lonja del pescado de Tokio y que ocasionalmente acepta encargos para asesinar a gente por dinero, va a renunciar a cumplir este encargo al involucrarse paso a paso en una relación cada vez más intensa, tórrida y explosiva con el hombre al que debe liquidar.

A la película no le faltan “ecos” que rememoran “El último tango en París”: un hombre refugiado en el dolor por el suicidio de su pareja, la explosión sexual con una desconocida y, en definitiva, la incapacidad para escapar del pasado y de un destino trágico… Y un escenario poderoso y atractivo, que en este caso es un Tokio colorista y seductor.

La narración y la historia, aunque nutrida con mimbres poderosos e hilos argumentales de alto voltaje, no llega sin embargo a cuajar del todo. Coixet opta por sugerir, más que por afirmar; opta por apuntar, más que por definir; por conservar el misterio, más que por desvelarlo… y ello trae consigo la pérdida de fuerza narrativa del relato. Algunos hilos fuertes de la historia que la podrían haber llevado a la puerta de la tragedia, quedan como meras hipótesis… la negrura de la historia queda sumergida en la más completa oscuridad.

Y en su lugar aparece, como contrapunto, un Tokio colorista y exótico, con toda su singularidad y su rareza, un Tokio posmoderno y enigmático, poblado de músicas y sonidos, que la película rastrea con singular acierto.

Coixet tiene entre sus manos auténtica dinamita, pero no la hace explotar. Casi prefiere convertirla en unos elegantes y muy bien rodados fuegos artificiales, en los que brilla con luz propia el trabajo extraordinario de Rinko Kikuchi, cuya soberbia interpretación hacen más que justificada la visión de esta película, hermosa, detallista, ilustrativa, aunque esquiva a la hora de entrar en la cámara oscura que su propio argumento sugiere. En todo caso, una película que no quiebra, sino que prolonga la gran trayectoria de una cineasta a tener muy en cuenta.

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