Este blog hará temblar los cimientos del universo

No sé si lo sabe el lector, cómo va a saberlo, si nadie se lo ha dicho, que este blog, un blog que saldrá al mundo el próximo 1 de mayo, día del trabajo, día del trabajador, un día muy sudoroso, sin duda, este blog, digo, pues bueno, es un sitio muy particular. Primero, no es el blog de uno, sino de dos. El primer blog de dos, que además no son, como Faemino y Cansado, o Tip y Coll, dos que, como diría John Ford, «cabalgan juntos». No, de cabalgar juntos nada. Entre otras cosas, aquí hay un señor de La Mancha, un hidalgo de La Mancha, sí, J. Albacete, que sí quiere acordarse de dónde es. Y hay, por otra parte, una dama sureña, no, para nada de «lo que el viento se llevó», sino de más al sur, de Colombia (es decir, de América: ya que América debería llamarse Colombia, y no América, ya que fue Colón y no Américo Vespucio quien llegó a ella y la nombró). Pues bien, estas dos orillas del Atlántico, La Mancha y Colombia, quedan unidas por un nuevo viaje inverso de descubrimiento que es este blog, un blog selvático, asilvestrado, un blog mestizo, un blog subversivo, o sea, un blog literario, donde todo puede pasar. ¡Bienvenidos! (Esta prueba se destruirá a los diez segundos de ponerse en la red: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco….)

25 años de la muerte de Joan Miró. Eliminación y metamorfosis

Se cumplen 25 años de la muerte del que, sin duda, es uno de los más grandes, influyentes y reconocidos artistas españoles (casi 5 millones de referencias en Google así lo confirman); pero, paradójicamente, aunque Joan Miró puede ejercer una fascinación instantánea, sigue manteniéndose relativamente extendida la concepción de que su obra, quizá por su aparente sencillez, es producto de una vocación infantil o ingenua; de un arte primitivo, poco desarrollado. Nada más lejos de la realidad. En el caso de Miró estamos ante el producto, primero, de la drástica ruptura, conscientemente buscada, con el arte conocido hasta ese momento: sus métodos, materiales, punto de vista, plástica…  en palabras de Miró de su deseo de abandonar los métodos convencionales de pintura, de «matarlos, asesinarlos o violarlos». En segundo lugar, de un trabajo, que tarda décadas en madurar, en el que mediante la acción combinada -no tanto de la abstracción- como de la eliminación y la metamorfosis, nos presenta una radicalmente nueva experiencia plástica.

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Café Perec

Como me he pasado toda la semana santa de penitente, en casa, sin levantar un paso ni fotografiarlo, decicí de antemano que lo mejor sería hacerles caso a Bolaño y a Vila-Matas y encerrarme los siete días en el número 11 de la rue Simon-Crubeiller, en el barrio de la Plaine Monceau, en el distrito diecisiete de París, donde se consuman las 634 páginas de La Vie Mode d´Emploi (La vida instrucciones de uso), la novela de Georges Perec que los dos citados con anterioridad consideran una de las grandes obras maestras (si no la mayor) de la segunda mitad del siglo XX.
De modo y manera que lo dispuse todo para no poner un pie en la calle y dedicarme en exclusiva a subir y bajar una escalera (el ascensor está siempre estropeado en estas viejas casonas parisinas) y a conocer a lo que yo presumía sedentarios vecinos. Pero cuando uno se abandona en las manos de un mago auténtico, todo puede pasar: y yo que me creía a salvo de todo peregrinaje, resulta que he tenido que viajar por el mundo entero: de la lejana Australia al corazón de África, de la India al Japón e Indonesia, sin olvidar las dos Américas, Siria, Egipto, Polonia, Argelia y un sinfín de lugares más. He conocido a tanta gente y tantas vidas y peripecias, como ningún viaje real me hubieran permitido conocer. He conocido a magistrados que se hacen ladrones, a un boxeador negro que nunca ganó un combate, al hombre que estafaron y compró el Vaso de la Pasión, al historiador que creía que el verdadero nombre de América era Colombia, a un acróbata que se negaba a bajarse del trapecio, a arqueólogos, anticuarios, pintores de marinas, fabricantes de puzzles, cantantes rusas, combatientes de la resistencia, comerciantes avaros, y así hasta decenas y decenas de personajes. Cuando entré en el relleno de aquella escalera, jamás sospeché que había abierto una ventana al mundo de tales dimensiones.

Probando, probando

Semana Santa. Semana de dolor. Pasos. Procesiones. Cirios. Saetas. Nazarenos. ¿Dónde? Aquí en la red no hay pasión ni dios, vivo o muerto. Sólo hay imágenes y textos, sin orden ni concierto, a un clic de distancia. Aquí, todo ha quedado pulverizado en eso: textos e imágenes. Lo demás queda abolido. La historia, texto e imágenes. La realidad, texto e imágenes. Los sentimientos, texto e imágenes. Estamos pues ante la nueva papilla primigenia. Quien quiera comer y alimentarse, ya puede empezar. No, es cierto, no es tan distinto de lo que había, sólo es inevitablemente distinto. Quiero decir, que no deja otras opciones. No presenta escapatoria. Como un nuevo señor feudal, pero que te deja a tu disposición el libre acceso al total de textos e imágenes creadas hasta hoy por la humanidad, más las que se crean cada día. No es poco. Está por ver si esta nueva realidad es capaz de encadenar las pulsiones aberrantes que también están en nosotros. ¿Cómo será la violencia a través de la red? Ya sé, ya sé, ya hay ejemplos, pero todavía insignificantes para lo que vendrá después. La humanidad es de una plasticidad enorme. En un momento dado el hombre tuvo que acostumbrarse a escribir las cosas sobre un papel. También eso fue una violencia y un encadenamiento. ¿Por qué temer entonces a esto? Si queremos pervivir tendremos que mutar. Mutaciones. Permutaciones. Procesos. Procesiones. Cruces. Resurrección.

Mapa de los sonidos de Tokio

tokio

Isabel Coixet es sin duda una de las figuras más relevantes del cine español de la última década. Una figura que ha crecido filme a filme (“Mi vida sin mí”, “La vida secreta de las palabras”, “Elegy”…), y que ha logrado traspasar con sus brillantes y originales películas las fronteras nacionales hasta obtener el raro privilegio de una verdadera internacionalidad, lo que este año le ha abierto las vedadas y exclusivas puertas de la sección especial del Festival de Cannes, el templo sagrado del “cine de autor”.

Esta impresionante trayectoria obliga a ver su cine desde una mirada especial. Una mirada crítica y exigente. Una mirada que fuerza a poner su última película, “Mapa de los sonidos de Tokio”, ante ciertas reservas.

La película es un extraño y atrevido “trhiller” romántico, inmerso plenamente en algunas de las constantes temáticas del cine de Coixet: la añoranza producida por la pérdida del ser amado, los sentimientos amorosos no correspondidos, la dificultad de encontrar un cauce común a las emociones y a las palabras… En este sentido no cabe duda alguna que es una película de la “factoría” Coixet.

El centro del film es la explosiva relación más sexual que amorosa entre Sergi López (un barcelonés que regenta una tienda de vinos en Tokio, y está sumergido en el dolor tras el suicidio de su novia, Midori, hija de un potente empresario japonés) y Rinko Kikuchi (la espléndida actriz que ya brilló con luz propia en “Babel”), la mujer a la que el empresario encarga la eliminación de aquél, al que culpa de la muerte de su hija. Rinko, una extraña y solitaria mujer que trabaja por las noches en la lonja del pescado de Tokio y que ocasionalmente acepta encargos para asesinar a gente por dinero, va a renunciar a cumplir este encargo al involucrarse paso a paso en una relación cada vez más intensa, tórrida y explosiva con el hombre al que debe liquidar.

A la película no le faltan “ecos” que rememoran “El último tango en París”: un hombre refugiado en el dolor por el suicidio de su pareja, la explosión sexual con una desconocida y, en definitiva, la incapacidad para escapar del pasado y de un destino trágico… Y un escenario poderoso y atractivo, que en este caso es un Tokio colorista y seductor.

La narración y la historia, aunque nutrida con mimbres poderosos e hilos argumentales de alto voltaje, no llega sin embargo a cuajar del todo. Coixet opta por sugerir, más que por afirmar; opta por apuntar, más que por definir; por conservar el misterio, más que por desvelarlo… y ello trae consigo la pérdida de fuerza narrativa del relato. Algunos hilos fuertes de la historia que la podrían haber llevado a la puerta de la tragedia, quedan como meras hipótesis… la negrura de la historia queda sumergida en la más completa oscuridad.

Y en su lugar aparece, como contrapunto, un Tokio colorista y exótico, con toda su singularidad y su rareza, un Tokio posmoderno y enigmático, poblado de músicas y sonidos, que la película rastrea con singular acierto.

Coixet tiene entre sus manos auténtica dinamita, pero no la hace explotar. Casi prefiere convertirla en unos elegantes y muy bien rodados fuegos artificiales, en los que brilla con luz propia el trabajo extraordinario de Rinko Kikuchi, cuya soberbia interpretación hacen más que justificada la visión de esta película, hermosa, detallista, ilustrativa, aunque esquiva a la hora de entrar en la cámara oscura que su propio argumento sugiere. En todo caso, una película que no quiebra, sino que prolonga la gran trayectoria de una cineasta a tener muy en cuenta.

Ayala y el 27

ayalaEl pasado 3 de noviembre fallecía en Madrid Francisco Ayala. Tras la muerte de Pepín Bello, era la última llama viva de una Generación, la del 27, que tras tres siglos de decadencia, no sólo rescató sino que puso a la cultura española en la vanguardia mundial. Tenía 103 años y la bonhomía del que, pese a derrotas y exilios, nunca fue doblegado, nunca fue extranjero en ninguna parte, siempre asentó su vida en la defensa de la libertad y la creatividad artística.

Nació en Granada en 1906 y con sólo dieciséis años marchó a Madrid, donde estudió derecho. A finales de los años veinte y principios de los 30 estuvo becado en Berlín, donde asistió al ascenso del nazismo. Por entonces ya había publicado sus primeras narraciones («Tragicomedia de un hombre sin espíritu», la primera, es de 1925). A su regreso sentaría las bases de su carrera como funcionario (fue letrado de las Cortes republicanas) y como docente (en 1936 ya era catedrático de Derecho Político de la Universidad Complutense). Era miembro del partido de Azaña.
El estallido de la sublevación fascista le sorprendió en Chile. Pese a que los franquistas habían fusilado a su padre y a un hermano, y detenido a otros dos, Ayala regresó a España a luchar por la República en todos los frentes. En febrero de 1939, con la derrota ya inminente, partió rumbo a Buenos Aires.
Vivió en Argentina, Brasil, Puerto Rico y Estados Unidos, siempre en contacto con los republicanos españoles. En el exilio no se abonó ni a la nostalgia ni al rencor. Fundó revistas («Realidad»), escribió tratados de sociología, dio clases de derecho, enseñó literatura, ejerció el periodismo, redactó ensayos y publicó sus novelas fundamentales: «La cabeza del cordero» (1949), «Muertes de perro» (1958), «El fondo del vaso» (1962) y «El jardín de las delicias» (1971).
En los años sesenta comenzó a tantear su regreso a España. Se compró una casa. Venía los veranos. Tanteó editoriales para publicar. Comenzó a integrarse en la vida cultural del interior. Pero sólo en 1977, con la democracia, se instaló permanentemente en España.
En 1982 publicó «Recuerdos y olvidos», sus memorias. Quizá pensó que era hora de hacer balance, que le quedaba ya poco. 25 años después, en 2006, tuvo que ampliarlas y completarlas. Y aún seguía vivo.
La España democrática ha volcado en su figura todo los galardones que atesora: miembro de la Real Academia de la Lengua (1984), Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1988), Premio Cervantes…
Era el último «superviviente» de la generación del 27: «Eramos jóvenes y nos oponíamos a todo lo anterior; queríamos hacer tabla rasa de todo, con el propósito de construir un mundo nuevo», dijo aún, recientemente, recordando el «espíritu» de aquella generación, que, heredando el impulso crítico y regeneracionista del 98, y llevándolo aún más lejos, revolucionó el lenguaje, el arte, la cultura, la vida intelectual, en un esfuerzo titánico por salvar un vacío de siglos y colocar de nuevo a España en el carril de la historia. Una generación que supo unir tradición y vanguardia, que amalgamó sus ideales estéticos con los vientos revolucionarios del momento, y que trabajó con el anhelo de cambiar el mundo. La «generación» de García Lorca, de Buñuel y Dalí, de Cernuda y Aleixandre, de Guillén y Gerardo Diego, de Altolaguirre, de Alberti, …
Nada de eso, desgraciadamente, se quiso recuperar cuando se le entregaron premios y galardones. El vector dominante de la cultura española actual rompió amarras, durante la transición, con el espíritu y los ideales de aquella generación. Fundido con el actual «statu quo», subordinado a la nueva industria cultural, volcado en la defensa de sus ingresos y privilegios, temeroso de los cambios que anuncia la revolución cultural en marcha, ese vector dominante de la cultura española carece de todo entronque con el 27. La muerte de Ayala también es un recordatorio de esa lamentable y trágica «desafección».
Ilustración de Lirios Bou.