«El mar»: paseo por el amor y la muerte

J. Albacete

Pocos autores contemporáneos gozan de la unanimidad y el reconocimiento que tiene hoy el irlandés John Banville. Si para el «gurú» de la crítica, George Steiner, «John Banville es el escritor de lengua inglesa más inteligente, el estilista más elegante», elogios de idéntica magnitud son los que recibe por parte de otros grandes escritores, desde Martin Amis, Ian McEwan o Don DeLillo (en el mundo anglosajón) a Claudio Magris o Vila-Matas (en el mundo mediterráneo). Esa admiración y ese recocimiento se han renovado tras la publicación de «The Sea» («El mar», 2005, publicada en España por Anagrama), novela galardonada con el Premio Man Booker y saludada como una pequeña gran obra maestra.

Sin duda nos encontramos con una de las novelas mejor construidas, mejor elaboradas y mejor narrada de cuantas se han publicado en cualquier lengua en lo que llevamos de siglo. Con una experiencia narrativa que se remonta ya casi cuarenta años atrás (su primera novela se publicó en 1970), Banville alcanza en «The Sea» una maestría verdaderamente asombrosa, una capacidad para hilar pasado, presente y futuro sólo al alcance de los grandes y una sutileza argumental y temática y una brillantez narrativa que hoy por hoy están al alcance de muy pocos.

En «El mar», como en casi todas sus últimas novelas, el entramado argumental está reducido al mínimo, aunque no por ello es irrelevante, al contrario. Lo que ocurre es que, a través de muy contadas escenas, Banville es capaz de recrear y hacernos levantar una historia de enorme complejidad y, sobre todo, de inconmensurable hondura. Pocas pinceladas, pero de enorme expresividad y genuino talento, bastan para componer el cuadro, cuyas sensaciones no cejan de acecharnos al terminar y cerrar el libro: es quizá entonces cuando verdaderamente comprendemos todo lo que Banville ha puesto en él.

En «The Sea», un historiador de arte, Max Morden, que acaba de enviudar, regresa a un punto de la costa irlandesa donde, cincuenta años atrás, en los inicios de su lejana adolescencia, vivió su despertar emocional y sentimental y donde una misteriosa e incomprensible tragedia le dejó una huella imborrable. Allí, aislado del mundo, intenta revivir su pasado, o más exactamente, dos encrucijadas de su pasado: su relación de hace 50 años con la familia Grace, sobre todo con sus hijos, con la intrépida y bella Chloe (con la que vive su despertar amoroso y sexual) y con su hermano gemelo, el mudo e inquietante Myles, cuyo trágico e inexplicable destino final aún le interroga; y, por otro lado, la reciente muerte de su esposa Anne, un suceso que tampoco ha asimilado, que todavía le duele, que inunda su presente de angustia y melancolía.

Max espera que el recuerdo y la memoria se constituyan en un refugio seguro y en un consuelo confortable ante las asechanzas de un futuro que ya no guarda para él incentivo alguno (el libro de arte que está escribiendo no avanza desde hace años y él mismo reconoce que es un burdo engaño; las relaciones con su hija están encerradas en un círculo vicioso de difícil salida; su cuerpo envejece…), pero poco a poco irá descubriendo que la memoria no es un dulce somnífero, sino una densa y poderosa trama que urde un continuum con el presente y que, como el oleaje del mar y la playa, están en un movimiento incesante, en un choque continuo.

Banville consigue en «The Sea» recrear a través de su prosa esa sensación de la memoria como un mar que avanza y retrocede, que se calma o encabrita, pero que siempre esgrime su majestuosa inmensidad y su movimiento perpetuo. La luz, los colores, los olores, los sonidos, las estaciones, las sensaciones ayudan a definir el encuadre de cada escena tanto como los personajes y su historia: Banville moldea el lenguaje hasta alcanzar la perfecta recreación de una atmósfera que, a la postre, es más ilustrativa que el propio hilo argumental.

Como en toda su última narrativa, el personaje de Max en «The Sea» es en cierto modo un «impostor», un presunto «diletante» que en realidad no ha pasado, como ocurre tantas veces, de un oportunista perezoso. Y ni siquiera como narrador es exactamente «fiable». Banville quiere una vez más resaltar ese rasgo de la naturaleza humana moderna y, a la vez, la dificultad o incapacidad añadida de ser realmente fieles a los recuerdos. Quien es un impostor en vida difícilmente deja de serlo al recordar. Pero eso no quiere decir que sea «un mentiroso», y que debamos desconfiar de todo lo que nos cuenta. Como afirmó en una entrevista a propósito de «El mar»: «Sabemos todo, nos han dado toda la información, pero no nos han explicado nada. No puede explicarse. Creo que ésta es la única razón para dedicarse al arte: mostrar el absoluto misterio de las cosas».

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