«Vía Revolucionaria», de Richard Yates

Richard Yates es, tal vez, el prototipo de un cierto tipo de escritores de Estados Unidos: el que teniendo entre sus manos una obra de enorme valor, sucumbe sin embargo a la soledad y al olvido. Es lo que le ocurrió, por ejemplo, a John Fante, ahora reivindicado por doquier. Tímido, alcohólico, solitario, Richard Yates fue uno de los cronistas más lúcidos y penetrantes del naufragio ideológico, sentimental y vital de la clase media americana de ideas progresistas cuando a mediados de los años 50 el «sueño americano» y la nueva sociedad de consumo tejieron en torno a sus vidas un lazo mortal.

J. Albacete

Ha sido de nuevo Hollywood -un Hollywood sediento de ideas y de argumentos- el que, queriendo o sin querer, ha vuelto a poner en circulación la obra de Richard Yates, que venía durmiendo desde hace décadas el «sueño de los justos». Un espléndido guión de Justin Haythe, las figuras imponentes de Leonardo DiCaprio Kate Winslet encarnando a la perfección al matrimonio Wheeler, y una torticera y mediocre dirección de Sam Mendes, han logrado que «Revolutionary Road» (Vía Revolucionaria, en su mala traducción al castellano), abandone los polvorientos anaqueles del olvido y vuelva con fuerza a las librerías, resucitando a un escritor de los buenos, de los grandes, de aquellos que son capaces de recrear con un inagotable aliento de verdad un fragmento de la realidad, de tal forma que acaba por convertirse en valiosa para toda tiempo y lugar. Y no son pocos los críticos que, con ojo certero, miran al presente como un momento que tiene enormes coincidencias con aquel en el que Yates planificó y llevó a cabo lo que Tennessee Williams ya calificó, al publicarse en 1961, como una «obra maestra» («si se necesita algo más para realizar una obra maestra, no sé de qué se trata», afirmó).
Yates (que vuelca en la novela una notable carga autobiográfica: es hijo de padres divorciados, estuvo en 1944 en la guerra, etc.) logra captar a la perfección el drama de ese tipo de seres para los que su vida «es una sucesión de momentos que no han querido vivir», que todo lo viven como frustración, que sobreviven en un alambre situado sobre el abismo que hay entre lo que ellos piensan que son («seres especiales», «distintos a los demás») y lo que realmente hacen (llevar el tipo de vida normal que la realidad impone), y que no encuentran otra forma de «rebelarse» contra ese infierno que crear ilusiones exageradas, ideales imposibles, proyectos descabellados, que terminan invariablemente por aniquilarlos.
Los Wheeler, Frank y April, son dos de esos seres: detestan la mediocridad de sus vecinos, sus trabajos aburridos, el conformismo social, el estado de la nación americana (envenenada por el tumor canceroso del senador McCarthy) y la vida insoportable de los suburbios, donde en teoría debía cumplirse el «sueño americano». Pero cuando uno de ellos, April, harta de la existencia encarcelada que lleva, planea fugarse de esa situación, soñando con una nueva vida en París, destapa, sin saberlo, un mar de contradicciones retenidas, rencores aplazados y odio acumulado tal, que acabará por llevarse por delante todo aquello que, en teoría, quería salvar.
Cronista del desastre y la desilusión americana, Yates es un narrador brillante, luminoso, perspicaz, conocedor hasta el fondo del delicado material humano con el que trabaja y muy consciente de que, en todo momento, debemos estar alerta de lo que la sociedad «quiere hacer con nosotros».

Tres libros valientes sobre Centroamérica

Para conocer qué es El Salvador hoy, es imprescindible la lectura del genial escritor Horacio Castellanos Moya.  Para conocer realmente el agujero negro en que quedó convertida Centroamérica (particularmente El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua) es imprescindible la lectura de Castellanos Moya.

La guerra dejó en el país 85 mil muertos, un número inestimable de desaparecidos y la más absoluta impunidad. Pero la guerra continúa.

En el 2009 fueron asesinadas en El Salvador 4.365 personas, muchas de ellas por desconocidos escuadrones de la muerte que operan en el país, controlando el tráfico de personas, armas y droga. Organizaciones vinculadas a diabólicos personajes, enquistados en los aparatos de Estado salvadoreño desde el fin de la guerra.

El Salvador es el país más pequeño de América con una población de 6 millones habitantes.  Pero algo así como 2,5 millones han emigrado ilegalmente a los EEUU. Jugándose la vida en el camino hasta la frontera de México. Quien puede, se va.

En este escenario ¿se puede escribir de amores y flores? Creo que no. No, al menos, si se quiere conservar la dignidad.

En  Horacio Catellanos Moya podemos encontrar la historia más completa jamás contada sobre la guerra en Centroamérica y sus consecuencias actuales. Pero nunca de una manera victimista, sino descubriendo la farsa: valiente, satírica, llena de ironía y sarcasmo.

En Insensatez ( Tusquets Editores, 2004) el protagonista es un periodista contratado por la iglesia para redactar un informe final a partir de documentos que recogen el testimonio de las víctimas del genocidio indígena en Guatemala.

Con este potente inicio, Catellanos Moya, nos sitúa frente al horror de la guerra a través de las narraciones de los supervivientes. También los oscuros intereses para que el informe no salga a la luz. Las tramas, persecuciones, misterios… en que se ve envuelto nuestro periodista hacen de “Insensatez” una aventura de comienzo a final. En esta aventura, muy importante, los horrores cometidos desde el “bando revolucionario” también quedan al descubierto.

El Asco. Tres relatos violentos (Editorial Casiopea, Barcelona, 2000). En uno de los relatos, un intelectual salvadoreño exiliado en el Canadá regresa después de muchos años obligado por la muerte de su madre. Las impresiones y, sobretodo, las repulsiones sobre su país, constituyen el eje de este relato absolutamente hilarante. Una auténtica catarsis. Sobre El Asco, Roberto Bolaño dijo: «Leí El Asco de un tirón, en realidad la única forma de leerlo, y me gustó mucho. Es una novela humorística, desaforada, ácida y altamente saludable».

Por este libro Castellanos Moya fue amenazado de muerte y tuvo que exiliarse de El Salvador.

El arma en el hombre (Tusquets Editores, 2001). Se trata de una genial, brutal y trepidante historia contada en primera persona por un militar salvadoreño. Militar apodado “Robocop” que sirve durante la guerra en un escuadrón de élite entrenado por los EEUU y quien, al final de la guerra, no tiene nada que hacer. Se dedica entonces a la delincuencia y, luego, es reclutado para formar un grupo paramilitar que continua “sirviendo a la patria”. Una historia de comienzo a final completamente alucinante.

Las (malas) entrañas del Imperio

Si en su célebre novela «Los restos del día» el escritor británico (nacido en Nagasaki en 1954) Kazuo Ishiguro había desvelado los turbios entresijos de un sector de las élites aristocráticas inglesas en los años treinta, que simpatizaron abiertamente con el nazismo y propugnaron el entendimiento de Inglaterra con Hitler, en «Cuando fuimos huérfanos» (2000) hurga en otra de esas entrañas escondidas: la responsabilidad del Imperio Británico en el tráfico de opio destinado a «dormir a China» (para mejor dominarla) y en la «indiferencia» de sus élites cuando se produce el brutal ataque japonés contra ella (del que la reciente película china «Ciudad de vida y muerte» nos ha mostrado todo el horror).

J. Albacete

Kazuo Ishiguro, pese a lo dicho, no es un «escritor político», no hace novela histórica, sino que construye intensas tramas narrativas, en las que la recuperación del pasado inevitablemente se va trabando con los acontecimientos de una época, y al hilo de una acción determinada se van desvelando, en intenso claroscuro, algunas verdades olvidadas o difuminadas por la historia.

En «Los restos del día», Ishiguro tejía los recuerdos de un mayordomo británico ejemplar, Stevens, y al hilo de su memoria rehacía el clima de aquella gran mansión de Darlington Hall donde un sector de la aristocracia británica de los años treinta «jugaba» a promover la amistad con la Alemania de Hitler, simpatizaba abiertamente con las ideas antidemocráticas del nazismo y conspiraba a favor de un entendimiento entre el Imperio británico y la nueva Alemania, en puertas de la segunda guerra mundial.

En «Cuando fuimos huérfanos» (editorial Anagrama), Ishiguro traslada el núcleo de la acción de Europa a Asia, de la campiña inglesa a la turbulenta ciudad de Sanghai. Estamos en los años treinta, los años decisivos, cuando el planeta entero está en plena ebullición. Una verdadera prueba de fuego para las élites del Imperio Británico, que han gobernado el mundo a su antojo durante casi un siglo, sentando las bases de una hegemonía mundial que ahora se ve rápidamente socavada por la aparición de dos potencias agresivas (Alemania y Japón), que reclaman un nuevo reparto del mundo.

Christopher Banks, el protagonista de la novela, es el detective más célebre de Londres. Toda la «buena sociedad» londinense lo corteja y (como si fuera un nuevo Sherlock Holmes) espera de él que les libre de las nuevas y terribles asechanzas del mal que se dibujan en el horizonte. Pero Banks oculta en su vida un enigma que le acosa, que no logra resolver y del que él mismo es protagonista: cuando era niño y vivía en Sanghai con su familia, sus padres desaparecieron misteriosamente, tal vez secuestrados por la mafia china por un asunto probablemente relacionado con el tráfico de opio.

Banks, que ha crecido como un huérfano, sólo tiene recuerdos confusos e ideas vagas de lo que ocurrió. Entre esos recuerdos está la constancia de que su madre reprochaba a su padre que trabajara para una compañía que se había enriquecido importando opio de la India para «narcotizar», para «drogar» y «dormir» al pueblo chino, y poder dominarlo y expoliarlo mejor. Esa política deliberada del Imperio convirtió a millones de chinos en «bultos humanos» amontonados por las calles (así los veía un niño británico). Banks recuerda que su madre y «su tío Philips» celebraban reuniones en su casa para oponerse a esa política de las empresas británicas, hasta que de pronto, en el plazo de unos meses, su padre y su madre «desaparecieron».

Ese «asunto sin resolver» le atormenta (no sabe si ellos están realmente muertos o no), y tras muchas dudas, Banks decide finalmente enfrentarse al «caso de su vida», y viaja, en 1937, desde una Europa convulsa en la que emerge el fascismo y se avecina la guerra a un Sanghai convertido ya en un polvorín en el que los comunistas chinos hacen frente a la invasión japonesa. En esa ciudad turbulenta, cosmopolita y caótica, Banks va a tratar de encontrar las claves de su pasado, lo que le llevará a verse inmerso en una verdadera pesadilla kafkiana. Mientras la Comunidad Internacional mira los bombardeos de los japoneses sobre Shangai como fuegos de artificio, entregada a sus fiestas, al juego, al alcohol y las drogas, indiferente al sufrimiento del pueblo chino e inconsciente de lo que va a venir, Banks asiste al doloroso reencuentro con un pasado que no era, ni mucho menos, el que él esperaba.

Novela en cierta forma de «aventuras», con un claro aliento «conradiano», «Cuando fuimos huérfanos» corrobora a Ishiguro como uno de los grandes escritores de la lengua inglesa del presente.

Miedo y asco en Las Vegas

«Miedo y asco en las Vegas» (Un viaje salvaje al corazón del Sueño americano) es una de las mejores y más acabadas expresiones de lo que su autor, Hunter S. Thompson (EEUU, 1937-2005), llamaba -con un término absolutamente propio- el «periodismo gonzo», la variante más libre, radical y creativa del «nuevo periodismo» americano, en la que el autor se convierte en el protagonista y catalizador de la acción.

J. Albacete

Esta es probablemente la obra más «enloquecida» de Hunter S. Thompson, una figura legendaria de la narrativa americana, que realiza un curioso engarce entre las últimas secuelas de la «generación beat» y la nueva vanguardia americana que va a poner en pie una nueva forma de relato, híbrida de periodismo y ficción: el «nuevo periodismo», al que se adscribirían figuras como Mailer, Capote o Tom Wolfe.

Thompson empezó como periodista deportivo, pero se consagraría como una estrella rutilante trabajando en la célebre revista «Rolling Stone». Entre sus obras esenciales destacan la serie de crónicas que comienzan con «Miedo y asco en…» (además de las Vegas, Chicago y Denver), el libro legendario «Los Ángeles del Infierno (Una extraña y terrible saga)», la antología «La gran caza del tiburón» y su única novela, «El diario del ron» (recientemente reeditada por Anagrama).

El relato de «Miedo y asco en las Vegas» bordea el delirio. Un periodista deportivo (alter ego del propio Hunter) y su «abogado», un samoano de 120 kilos, se lanzan a un viaje a Las Vegas, para cubrir un evento deportivo y de paso «descubrir» allí el Sueño Americano, montados en un Tiburón rojo descapotable, con el portaequipajes lleno de drogas: «El maletero del coche -dice- parecía un laboratorio móvil de la sección de narcóticos de la policía». Durante varios días, ciegos por completo de mescalina, coca, ácido, éter, amyls y todas las variantes pensables de pastillas de todos los colores y todos los efectos, generosamente mezcladas con cerveza, tequila y ron, el periodista y su abogado van a vivir, en el corazón de la metrópli del juego (el sitio donde más rápido puede hacerse realidad el sueño americano: forrarse), una experiencia que sólo puede resumirse utilizando aquella expresión de Rimbaud: «una temporada en el infierno».

Como dos desquiciados -y a la vez lúcidos- suicidas, que estuvieran jugando constantemente a la ruleta rusa, pasándose incesantemente el uno al otro la pistola cargada, el periodista y su abogado protagonizan continuos y peligrosos enfrentamientos con empleados de casinos, camareros, polícías y demás representantes de la «mayoría silenciosa», en conflictos que segregan un humor alucinado y desternillante a la vez que un terror impreciso y angustioso.

En la segunda parte del relato, la acción se vuelve aún más alucinatoria que en la primera, ya que, de forma absolutamente surrealista, los dos personajes son invitados a cubrir nada menos que un encuentro de fiscales encargados de la lucha contra las drogas. Colocados hasta las cejas y rodeados de policías antinarcóticos, los protagonistas viven un delirio permanente al borde del abismo.

En plena América de «Dick el Tramposo» (Nixon), con la tele segregando imágenes de los bombardeos de Vietnam y de Laos, y las ruletas de los casinos de las Vegas girando sin cesar ante la mirada ávida de miles de «soñadores», Thompson erige una de las más perfumadas y venenosas «flores del mal» de la literatura moderna. Una lectura absolutamente impescindible.

El último tango en Buenos Aires

Ricardo Piglia y Roberto Bolaño, que discrepaban en tantas cosas, coincidían sin embargo en considerar que Alan Pauls es «lo mejor que le ha pasado a la literatura argentina en los últimos años». Dueño de una prosa exigente, compleja, llena de talento, reflexión e ironía, Pauls es el autor de la última gran novela amorosa argentina: una obra que, como «Rayuela» de Cortázar, «Adán Buenosayres» de Marechal, o incluso «Sobre héroes y tumbas» de Sabato, es la historia de un fracaso. Sólo que aquí a ese fracaso no hay forma de ponerle final.

J. Albacete

Nacido en Buenos Aires en 1959, Alan Pauls ha trabajado como docente universitario, como traductor, como crítico literario, como guionista de cine y televisión y como periodista (en la actualidad sigue colaborando en el diario porteño Página/12), amén de desarrollar sus dos grandes facetas literarias: narrador y ensayista. Pauls ha escrito ensayos muy notables sobre escritores argentinos como Manuel Puig, Roberto Arlt o Borges, acreditando no sólo una gran erudición sino también un original y certero punto de vista.

Su obra narrativa está formada, hasta ahora, por cinco «nouvelles» (novelas cortas; la última, «Historia del pelo», recién editada por Anagrama) y la novela «El pasado», una obra de gran envergadura con la que Pauls ganó el Premio Herralde Novela en 2003. Entre sus «nouvelles» merece la pena destacar aquí «El pudor del pornógrafo», su ópera prima, publicada en 1984, un libro epistolar (género desconocido hasta entonces en la literatura argentina) que contiene ya en germen el tema que luego desarrollará extensamente en «El pasado». Un tema que sin duda obsesiona a Pauls.

Con apenas treinta años cumplidos y ya trece de amor y matrimonio «perfectos» (uno de esos amores desde la infancia, que acaban configurando todo el mundo de los protagonistas y prometen no tener nunca final), Rímini y Sofía se separan. Para él, todo vuelve a ser, aparentemente, nuevo y prometedor: redescubre el deseo y con el apoyo de la coca se lanza a recuperar el tiempo perdido. Pero, contra lo que él piensa, la relación con Sofía no ha muerto. Sólo ha hecho lo que hacen las pasiones cuando fingen haber terminado: cambiar de forma. Y cuando vuelve, rodeándolo y no dándole tregua, lo hace con una máscara terrible: ahora el amor tiene el rostro del espanto.

Enamorada-zombi, espectro insomne y vengador, Sofía reaparece una y otra vez en la vida de Rímini para reconquistarlo, torturarlo o (según ella) redimirlo, en nombre de una causa amorosa que carece de restricciones y pretende gobernarlo todo. Con lo que Rímini, que había confundido separarse con renacer, empieza a hundirse en un abismo de pesadilla (o de comedia, según se mire: la ironía domina el relato), un infierno en el que el chantaje y hasta la amenaza de muerte son moneda corriente.

Lo va perdiendo todo: trabajo, salud, amigos, la nueva amante e incluso un hijo, y aun su calvario sufrirá un vuelco inesperado cuando acabe entrando en relación con las Mujeres que Aman Demasiado, una suerte de delirante célula de terrorismo emocional liderada por Sofía.

Con un lenguaje que parece trabajado en la redoma proustiana, «El pasado» es un moderno tratado de educación sentimental, un relato ejemplar sobre las metamorfosis que sufren las pasiones cuando entran en el agujero negro del «pasado». Una novela de amor-horror que pone al desnudo el otro lado, a la vez sórdido y revelador, siniestro e hilarante, de esa «comedia» que los seres humanos llamamos «pareja». «Una novela magistral -dice Vila-Matas- sobre el amor excesivo».

El runrún de una gran novela

Hace un año comenzó a llegarme un intenso runrún en torno a «La novela luminosa», obra póstuma del uruguayo Mario Levrero. La obra encandiló a la crítica, que llegó a compararla con las grandes novelas hispanoamericanas. Por entonces escribí este artículo, que hoy presento como prólogo o aperitivo a un comentario más exhaustivo.

J. Albacete

Mario Levrero (Montevideo, Uruguay, 1940-2004) fue fotógrafo, librero, guionista de cómic, humorista y redactor de libros de ingenio. También, los últimos años, dirigió un taller de escritura. Vivió la mayor parte de su vida en Montevideo, aunque deambuló también un tiempo por la Argentina y París. Su producción literaria está repartida a partes iguales entre novelas, relatos cortos y ensayos. Nunca huyó de la categoría en que se le encasilló y que en Uruguay es toda una rama de la «literatura nacional» (Felisberto Hernández, etc.): la categoría de los «escritores raros». Otros los llaman «de culto». Otros, simplemente, grandes escritores.

Levrero comenzó a publicar a finales de los años 60: «Gelatina» (1969), «La ciudad» (1970), «La máquina de pensar en Gladys» (1971), con un estilo difícilmente definible que acabó por encadenarlo rápidamente en esa casilla de escritor «minoritario» que nunca abandonó. Sus referencias (como 30 años atrás, las de Onetti) poco o nada tenían que ver con su entorno: la obra de Kafka, la «Alicia» de Lewis Carroll, el surrealismo, el cine (con predilección por Buster Keaton), la música (de los Beatles a Beethoven) y la novela negra. Como Onetti, Levrero fue también toda su vida un lector empedernido de novela negra.

No hay mucho sobre Levrero en el mundo editorial español. Pero quien quiera acercarse a su figura y a su obra tiene en la Red un material muy interesante, sobre todo el que corre a cargo de su viejo amigo y colega, el novelista y crítico argentino Elvio Gandolfo, que incluye un notable perfil y una espléndida entrevista.

Para la crítica de Babelia, Nora Catelli, «Levrero puede situarse en la hermandad de los inconclusivos. Son los que convierten el acto de la escritura en una espiral neurótica y, a la vez, espesamente concreta, donde se acalla la pasión y el sufrimiento se transforma en enfermedad: en este aspecto, Italo Svevo tal vez podría ser un modelo».

De Mario Levrero, editorial Mondadori acaba de publicar «La novela luminosa», obra póstuma del autor que, cinco años después de su muerte, está logrando romper la barrera de la invisibilidad merced a una crítica entusiasta que no deja, desde hace unos meses, de advertir que estamos ante una de esas grandes e inclasificables novelas hispanoamericanas que rompen todos los moldes, ya sea «Paradiso» de Lezama Lima, «Tres tristes tigres» de Cabrera Infante, «Rayuela» de Cortázar o «Sobre héroes y tumbas» de Sabato.

A diferencia de ellas «La novela luminosa» de Levrero está construida como un diario, un diario en el que se alternan dos partes. En la primera, «el diario de la beca», Levrero recoge un despliegue insólito de reacciones al hecho de haber recibido una beca de la fundación Guggenheim, en lo que es una prodigiosa disección de la identidad institucional del escritor y una deslumbrante exhibición del arte de la digresión. La segunda parte oscila entre la novela «oscura» -que existe y que de tanto en tanto el narrador quema- y la novela «luminosa», que es inalcanzable.

Para el escritor y crítico argentino Sergio Chejfec (Quimera, enero 2009), «El contexto del relato de Levrero es crepuscular: la representación de la edad adulta, de las limitaciones del cuerpo, de la soledad, la muerte y la enfermedad. Junto a esto, las adicciones, los contratiempos y las costumbres: los horarios cambiados del sueño, los jueguitos de computadora, las páginas de desnudos, las mejoras en la casa, la preocupación por la comida, las sombrías señales del cuerpo, los medicamentos, la lectura de diarios literarios y de novelas policiales, los sueños, la pasiva y dependiente vida social y, como un motor obligado y propiciador del relato del diario, la Fundación Guggenheim, a la que honra cada tantas páginas con una suerte de informe, entre irónico y culposo».

Levrero tiene «el don del relato». Y eso es lo que le permite trasmutar lo más nimio y cotidiano, lo más mediocre y prosaico en verdadera y poderosa literatura.

Más frío que el hielo

J. Albacete

El escritor noruego Kjell Askildsen es uno de los grandes maestros vivos del relato breve y el testigo insobornable de un mundo desolado. Su lenguaje conciso y escueto, el ambiente minimalista en que se desenvuelven sus ralatos, la sensación de vacío y soledad que transmiten, su forma despiadada de dibujar las relaciones humanas y sociales y su inquietante capacidad de despertar los fantasmas ocultos e interiores de la gente, le han convertido en uno de los autores más potentes y leídos de Europa.

Kjell Askildsen nació en Mandal, Noruega, hace ochenta y dos años y es, desde hace medio siglo, uno de los grandes escritores de las letras escandinavas. Sus libros, traducidos a todas las lenguas europeas, han sido publicados en España en los ultimos años bajo el sello editorial Lengua de Trapo. En abril de 2008 apareció, además, una edición de bolsillo que reúne lo sustancial de su obra, en un librito titulado «Todo como antes».
Los cuentos de Askildsen, aunque la crítica no deja de remitirlos a una serie de influencias obvias (Chejov, Kafka, Beckett, Carver), están definidos por un patrón tan singular y propio, que más que reflejar moldes ajenos (por otra parte inevitables: ¿qué cuentista de cierta envergadura podría sustraerse a semejantes influencias?) se podría decir que crean su propio molde.
Los cuentos de Kjell Askildsen consisten en breves y rápidas inmersiones en las aguas heladas de la vida cotidiana. La cotidianidad, la rutina del ser humano, es su objeto favorito de contemplación. El autor noruego no necesita hechos extraordinarios, ni raros, ni espectaculares ni violentos (crímenes, robos, violaciones…) para poner en tensión sus relatos. Simplemente salir a la calle o encontrarse con un pariente es suficiente para hacer aparecer una boca del infierno y para dejarnos completamente helados.
Kjell Askildsen no moraliza, no juzga, no condena, sólo relata, como si de un aséptico notario de la realidad se tratara. Pero esa mirada suya -limpia, clara, nítida- está cargada de intencionalidad. Pequeños detalles, conversaciones intrascendentes, movimientos repetitivos y reflejos…, sirven para crear una atmósfera desolada en la que los fantasmas ocultos de los personajes (su soledad, sus fobias, su vacío, sus deseos reprimidos, su angustia…) emergen de una forma punzante y vívida.
Con pulso firme y elegante, Kjell Askildsen construye sus relatos empleando una ambientación minimalista. Una casa con jardín y una tumbona, un salón, un comedor, una calle… y dos personajes, son material más que suficiente para que el horror de la vida pueda manifestarse en toda su magnitud.
En sus cuentos, Askildsen atrapa la aclamada y bendecida «sociedad del bienestar» (en su modelo más completo y desarrollado: el modelo escandinavo) para mostrarnos que es un cascarón vacío donde no sobrevive ya el menor sentimiento, la menor emoción.
En los cuentos magníficos de «Últimas notas de Thomas F. para la Humanidad», Askildsen emplea como narrador a un anciano solitario y cascarrabias de más de 80 años que vive en una espantosa soledad, y lo va enfrentando a una sucesión de hechos y encuentros cotidianos. Con acerado humor negro, el autor va desgranando el mundo de miedos agazapados, rencores hibernados, cinismo, infelicidad y sentimientos clausurados en que consiste su vida vacía y la imposibilidad de salir de ese pozo ciego, donde la vida se mantiene por puro efecto de la congelación.
En los relatos de «Los perros de Tesalónica», el mundo de las parejas, de las familias, examinado sin piedad, queda reducido al monstruo bicefálo del cinismo. La tensión en que viven las parejas se puede cortar con un cuchillo. Viiven su vida rutinaria en espacios de gran belleza -hermosas casas con jardín frente a los fiordos o el bosque-, pero que, en realidad, no son sino cárceles en que cada uno está completamente solo, petrificado en un gesto de solidaridad hueco, con deseos de huir pero sin voluntad para escapar. La vida cotidiana familiar no es más que una cadena de mentiras repetidas un día sí y otro también, reiteradas hasta la náusea, sin el menor efecto y sin ningún afecto. La familia queda literalmente representada -en palabras de un crítico- como «un nido de ratas que roen las ilusiones hasta dejar en evidencia una colección de nihilismos».
Con un lenguaje acerado, escueto y cristalino, Askildsen se revela como un verdadero maestro en el arte de captar y reflejar el malestar que late en las entrañas de las ansiadas «sociedades de bienestar», donde parece que la vida es cálida pero en realidad hace más frío que en el mismísimo hielo.

«El mar»: paseo por el amor y la muerte

J. Albacete

Pocos autores contemporáneos gozan de la unanimidad y el reconocimiento que tiene hoy el irlandés John Banville. Si para el «gurú» de la crítica, George Steiner, «John Banville es el escritor de lengua inglesa más inteligente, el estilista más elegante», elogios de idéntica magnitud son los que recibe por parte de otros grandes escritores, desde Martin Amis, Ian McEwan o Don DeLillo (en el mundo anglosajón) a Claudio Magris o Vila-Matas (en el mundo mediterráneo). Esa admiración y ese recocimiento se han renovado tras la publicación de «The Sea» («El mar», 2005, publicada en España por Anagrama), novela galardonada con el Premio Man Booker y saludada como una pequeña gran obra maestra.

Sin duda nos encontramos con una de las novelas mejor construidas, mejor elaboradas y mejor narrada de cuantas se han publicado en cualquier lengua en lo que llevamos de siglo. Con una experiencia narrativa que se remonta ya casi cuarenta años atrás (su primera novela se publicó en 1970), Banville alcanza en «The Sea» una maestría verdaderamente asombrosa, una capacidad para hilar pasado, presente y futuro sólo al alcance de los grandes y una sutileza argumental y temática y una brillantez narrativa que hoy por hoy están al alcance de muy pocos.

En «El mar», como en casi todas sus últimas novelas, el entramado argumental está reducido al mínimo, aunque no por ello es irrelevante, al contrario. Lo que ocurre es que, a través de muy contadas escenas, Banville es capaz de recrear y hacernos levantar una historia de enorme complejidad y, sobre todo, de inconmensurable hondura. Pocas pinceladas, pero de enorme expresividad y genuino talento, bastan para componer el cuadro, cuyas sensaciones no cejan de acecharnos al terminar y cerrar el libro: es quizá entonces cuando verdaderamente comprendemos todo lo que Banville ha puesto en él.

En «The Sea», un historiador de arte, Max Morden, que acaba de enviudar, regresa a un punto de la costa irlandesa donde, cincuenta años atrás, en los inicios de su lejana adolescencia, vivió su despertar emocional y sentimental y donde una misteriosa e incomprensible tragedia le dejó una huella imborrable. Allí, aislado del mundo, intenta revivir su pasado, o más exactamente, dos encrucijadas de su pasado: su relación de hace 50 años con la familia Grace, sobre todo con sus hijos, con la intrépida y bella Chloe (con la que vive su despertar amoroso y sexual) y con su hermano gemelo, el mudo e inquietante Myles, cuyo trágico e inexplicable destino final aún le interroga; y, por otro lado, la reciente muerte de su esposa Anne, un suceso que tampoco ha asimilado, que todavía le duele, que inunda su presente de angustia y melancolía.

Max espera que el recuerdo y la memoria se constituyan en un refugio seguro y en un consuelo confortable ante las asechanzas de un futuro que ya no guarda para él incentivo alguno (el libro de arte que está escribiendo no avanza desde hace años y él mismo reconoce que es un burdo engaño; las relaciones con su hija están encerradas en un círculo vicioso de difícil salida; su cuerpo envejece…), pero poco a poco irá descubriendo que la memoria no es un dulce somnífero, sino una densa y poderosa trama que urde un continuum con el presente y que, como el oleaje del mar y la playa, están en un movimiento incesante, en un choque continuo.

Banville consigue en «The Sea» recrear a través de su prosa esa sensación de la memoria como un mar que avanza y retrocede, que se calma o encabrita, pero que siempre esgrime su majestuosa inmensidad y su movimiento perpetuo. La luz, los colores, los olores, los sonidos, las estaciones, las sensaciones ayudan a definir el encuadre de cada escena tanto como los personajes y su historia: Banville moldea el lenguaje hasta alcanzar la perfecta recreación de una atmósfera que, a la postre, es más ilustrativa que el propio hilo argumental.

Como en toda su última narrativa, el personaje de Max en «The Sea» es en cierto modo un «impostor», un presunto «diletante» que en realidad no ha pasado, como ocurre tantas veces, de un oportunista perezoso. Y ni siquiera como narrador es exactamente «fiable». Banville quiere una vez más resaltar ese rasgo de la naturaleza humana moderna y, a la vez, la dificultad o incapacidad añadida de ser realmente fieles a los recuerdos. Quien es un impostor en vida difícilmente deja de serlo al recordar. Pero eso no quiere decir que sea «un mentiroso», y que debamos desconfiar de todo lo que nos cuenta. Como afirmó en una entrevista a propósito de «El mar»: «Sabemos todo, nos han dado toda la información, pero no nos han explicado nada. No puede explicarse. Creo que ésta es la única razón para dedicarse al arte: mostrar el absoluto misterio de las cosas».

Los informantes

Colombia , actual centro de la literatura hispana y semillero constante de escritores, nos provee con uno de sus frutos. El escritor Juan Gabriel Vázques (1973) quien a sus escasos 36 años es aclamado por la crítica mundial por su novela Los informantes.

El protagonista, el periodista Gabriel Santoro hijo, escribe una libro basado en el testimonio de su amiga Sara Guterman sobre la inmigración alemana a Colombia durante la segunda Guerra Mundial.  De este tema inicial, aparentemente distante en el tiempo (y en el espacio, al menos para el lector europeo) se extrae un negro capítulo de la historia y actualidad colombiana a través de la disección de la vida, y los rincones más íntimos de sus personajes, horadados por una traición.

Es la historia nunca contada sobre la inmigración alemana en Colombia, basada fundamentalmente en testimonios, ante la práctica inexistencia de documentos escritos. Pero no se trata de una crónica histórica, es pura literatura. “Me interesaba cómo un relato publicado puede afectar la vida de la gente… y  la manera en que la realidad misma al ser contada sufre una modificación”. En esto Vázques demuestra ser un maestro.

También es una historia política, sobre la dependencia del  gobierno colombiano con Washington o sobre los campos de concentración criollos para nazis. Pero, sobretodo, es una historia sobre “Los informantes”,  que da origen al título de la novela. Sobre los chivatos (o “sapos” como se les llama en Colombia) al servicio del gobierno, que hace 50 años informaban voluntariamente sobre las actividades nazis de la comunidad alemana. Y de cómo esa información llegó a arruinar la vida de miles de personas, incluso la existencia moral del propio “sapo”.

Así es Colombia, reina la confusión y la ignorancia nacional. Hay una deuda muy grande con nuestra propia historia y si algún día puede llegar a empezar a pagarse es, de momento, gracias a la literatura.

No obstante, se equivoca quien piense que una recopilación de unos dramáticos hechos del pasado, sino de una feroz vigencia. Actualmente en Colombia hay un número indeterminado, pero se supone muy elevado, de informantes civiles a sueldo del gobierno (estudiantes, amas de casa, profesores, empresarios, tenderos…). Una red de “sapos” se extiende por todo el país con la capacidad de acusar de manera anónima a cualquiera de “actividades subversivas”, pero es mejor nadie hable de ello y menos públicamente.

Vázques, se declara seguidor del gran escritor norteamericano Philip Roth.  “Mientras escribía Los informantes pensaba en lo que ha hecho Philip Roth con la historia reciente de Estados Unidos. En cómo narra hechos concretos de la historia norteamericana a través de vidas privadas”.

El escritor colombiano forma parte de una generación que representa un más allá literario del llamado “realismo mágico” y sus sucedáneos degradados de Allendes y Cohelos.

Hay, desde hace ya tiempo, una nueva horneada de escritores hispanos con una nueva manera de hacer literatura.  Por ello Vázques dice “… yo personalmente no siento ninguna deuda con García Márquez. Su realidad es tan radicalmente distinta a la mía que yo he tenido que ir a buscar mis influencias a otra parte. Igual que le ocurrió a él, ahora que lo pienso. Para darle forma a esa realidad caribeña, maravillosa -el adjetivo maldito-, en la que vivió, él tuvo que ir a buscar a Faulkner.”

Juan Gabriel Vásquez dejó Colombia hace ocho años, vive actualmente en Barcelona desde hace 5 años, donde trabaja como traductor y periodista.

A. G.

Dos hombres en el castillo: Una conversación electrónica sobre Philip K. Dick Por Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán

Bolaño y Fresán conversan electrónicamente sobre escritores «poco convencionales» con la idea de escribir un libro que podría titularse Fricciones o FREAKciones. Publicado por Letras Libres en el 2002, el siguiente cruce de correos electrónicos era el adelanto del primer capítulo de este libro, que nunca salió a la luz. Una lástima. Sin embargo,  nos queda este intercambio de correos dedicado nada menos que al monumental y alucinante Philip K. Dick. Entre las 36 novelas y más de 120 cuentos del escritor (la mayoría vendidas para sobrevivir a revistas pulp de la época) están El hombre en el castillo, Fluyan mis lágrimas dijo el policía o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en la que se basó la película Blade Runner.

A. G.

Rodrigo Fresán: Estos últimos meses estuve releyendo —y leyendo por primera vez algunos textos suyos— a Philip K. Dick y lo primero que me sorprendió es el hecho de que su obra no haya envejecido en absoluto, teniendo en cuenta que él solía decir que escribía acerca de lo que iba a pasar en los próximos meses, sobre un futuro casi-presente. Creo que ahí están su gracia y su talento: proponer una ciencia-ficción donde la ciencia no importa demasiado (y es casi siempre accesoria e imperfecta, funciona mal o no funciona) y la ficción no es tal. Me parece que hay suficiente evidencia ya para afirmar que la idea del futuro —nuestro presente— está mucho más cerca de lo que pensaba Dick que de lo que sostenían los clásicos del género, ¿no? Dick se ha convertido en un gran escritor realista/naturalista, que es lo que en realidad él siempre quiso ser antes de verse obligado a ganarse la vida escribiendo «novelitas» futuristas.

Roberto Bolaño: Recuerdo con mucho cariño a Dick. Yo creo que es el escritor de los paranoicos, del mismo modo que Byron fue el escritor de los románticos. Incluso su biografía tiene ciertos matices byronianos: es un hombre de vida amorosa agitada y, políticamente, está con las causas perdidas. En ocasiones con las causas más extremas o las que la gente considera que son las más extremas. Y es curioso que uno de los grandes escritores del siglo XX (algo en lo que creo que estamos de acuerdo) sea precisamente un escritor «de género». Un escritor que para ganarse la vida (un término horrible este de ganarse la vida) se pone a escribir y publicar novelas en editoriales populares, a un ritmo endiablado, novelas que discurren en Marte o en un mundo en donde los robots son algo normal y rutinario. En fin: la peor manera de labrarse un nombre en el mundo de las letras, como diría un escritor francés de finales del siglo XIX. Y sin embargo Dick no sólo se labra un nombre en la literatura sino que se convierte en punto de referencia de otras artes, como el cine, y su prestigio sigue creciendo. ¿Tú recuerdas la primera novela que leíste de él? La mía fue Ubik y el martillazo que recibí fue considerable.

FRESÁN: Es cierto eso de Dick y las causas políticas. Tiene algo de working class hero lo suyo —no sólo en el aspecto de «escritor trabajador», sino que buena parte de sus ficciones giran en torno al hombre trabajador y esclavizado, a la práctica buena o mala de un oficio, al espanto de ciertas burocracias y a errores mecánicos o problemas de funcionamiento… En mi caso la primera fue El hombre en el castillo, en Minotauro, claro. Recuerdo que acababa de volver a Buenos Aires después de unos cuantos años viviendo en Caracas, y el efecto fue desconcertante. Todavía regía la dictadura militar —era 1979— y recuerdo que me costaba un poco discernir dónde terminaba el libro y dónde empezaba la realidad. La sensación se acentúa todavía más cuando se leen varios Dicks seguidos: la sospecha que te despierta en cuanto a lo que es verdadero y lo que es falso. Me parece que es una sospecha que trasciende la vulgar paranoia y está más cercana al pensamiento religioso. En este sentido —no sé qué te parece— creo que Dick es el escritor perfecto para los que no creen en Dios pero quisieran que existiera alguna inteligencia superior que explicara todo este despropósito, ¿no? Continue reading ‘Dos hombres en el castillo: Una conversación electrónica sobre Philip K. Dick Por Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán’ »