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Libertad

¿Es Libertad, de Jonathan Franzen, esa «gran novela americana» del siglo XXI de la que han hablado los medios, con un notable respaldo de la crítica?

No resulta fácil juzgar con ecuanimidad y rigor crítico obras literarias que, de partida, nos llegan precedidas y acompañadas de un apabullante despliegue de marketing promocional y una catarata de reconocimientos y apoyos abrumadora, normalmente de carácter extraliterario. Y ese es, sin duda, el caso de Libertad, de Jonathan Franzen, el escritor que, en efecto, ha protagonizado la vida literaria del último año, y no sólo en Estados Unidos. Portada de la mítica revista «Times» (un derecho reservado por la tradición sólo a los más grandes, y que hace tiempo que no reconocía a ninguno). Respaldo explícito y caluroso nada menos que del presidente Obama (que leyó el libro cuando aún estaba en pruebas, y le otorgó un respaldo político evidente ante el mundo progresista). Lanzamiento comercial como si ya fuera una obra maestra, antes incluso de ser leído. Utilización vergonzante del reciente suicidio de su amigo (y rival literario), el escritor Foster Wallace, como reclamo e, incluso, factor que reforzaba la personalidad literaria del propio Franzen. Y, siempre con la sospecha de que todo esto haya acabado influyendo no poco en el criterio de los reseñistas literarios, un apoyo cerrado, casi unánime, de los medios, desde luego aquí, en España, ya que todos los suplementos literarios han subrayado y reconocido no sólo el valor intrínseco de la novela de Franzen, sino también su derecho a inscribirse, con todas las de la ley, tanto por su ambición como por sus logros narrativos, en esa larga y prolífica tradición de la «gran novela americana», ese tipo exclusivo de obras capaces de enhebrar con un aguja muy precisa un poderoso relato dramático poblado de personajes y conflictos con un fresco hondo y veraz de la historia de Estados Unidos en una época determinada.

Pero, ¿es realmente Libertad esa clase de obra? ¿Es Franzen esa clase de escritor?

Formalmente sin duda estamos ante una novela que, por sus dimensiones (más de 650 páginas), su argumento (la historia de la familia Berglund a lo largo de casi 30 años, adornada con la de padres, abuelos, amigos, vecinos, conocidos, etc., lo que nos remonta aún más en el tiempo), su ambición narrativa (es exhaustiva en la reconstrucción y análisis de todos los hechos claves que jalonan la vida de la media docena de personajes esenciales) y por su afán de retrato político (básicamente una familia demócrata, con sus luces y sombras), aparentemente cumple todos los requisitos para ser inscrita, efectivamente, en la tradición de la gran novela americana.

Sin embargo, cuando tras su fatigosa lectura uno trata de ponerla, no al lado, no junto a obras de Melville o de Faulkner, sino ante otras más recientes, y más canónicas de este modelo, como las de Saul Bellow, Philip Roth, John Updike, etc., inmediatamente la apuesta no se sostiene. Para bien o para mal, Franzen raramente alcanza el registro de aquellos. Puede que a veces sí, que en determinadas escenas o párrafos, en algunos enfoques, alcance una cierta excelencia narrativa y logre penetrar con su bisturí en los rincones más escondidos y dolorosos de sus personajes o en los sótanos más lóbregos de Estados Unidos, pero lo cierto es que la mayor parte del tiempo uno tiene la sensación de que el libro de Franzen apenas si supera el nivel de un telefilme de sobremesa de los sábados de Antena 3, un drama humano con cierto contexto social, con violaciones, divorcios, adulterios, hijos problemáticos, etc., aunque eso sí, gracias a Dios, despojado de toda intención lacrimosa. La novela está tan lejos de ser una verdadera obra maestra, que a uno le lleva a preguntarse muy seriamente por el estado de la crítica que ha intentado erigirla en icono literario. ¿Hasta tal punto ha llegado a perderse la capacidad de discernimiento literario?

La técnica de Franzen es la de la pura acumulación, la de la exhaustividad, la del detallismo extremo, la de contarlo y explicarlo todo. Pero lo mismo que la pura sucesión de los números naturales jamás nos lleva al concepto de infinito, la acumulación exhaustiva de escenas y de prolijas explicaciones no conduce a Libertad a la verdadera categoría de obra de arte. Falta en todo momento esa «cosmovisión poética del mundo» que hace que un relato, corto o largo, alcance la altura, la densidad, el peso, de una obra maestra. Simplemente acumulando bloques no se construye la catedral de Notre Dame.

Dejando fuera, por tanto, esas pretensiones exageradas de inexistente maestría, cabe decir sin embargo que Libertad es una novela aceptable, sin grandes logros formales (Franzen no es ningún innovador en las formas), en cierto modo más decimonónica que del siglo XXI (por su retorno a la exhaustividad narrativa; por dejar cerradas, y no abiertas, las enseñanzas morales), que se lee sin dificultad alguna.

Como en su obra anterior («Las correcciones»), Franzen explora en Libertad la vida de una serie de personajes que se mueven permanentemente en el conflicto irresoluble entre lo que quieren ser (y hacer) y lo que los demás esperan de ellos. Metidos en esa noria sin fin, los miembros de la familia Berglund van descarrilando uno a uno, empezando por el matrimonio de Walter y Patty, constantemente amenazado por la sinuosa presencia de un tercero, el músico Richard Katz, el mejor amigo de Walter, pero también el amante deseado por Patty. Imbuidos todos por «las mejores intenciones» acaban siendo incapaces de adaptarse a la realidad y terminan haciéndose daño unos a otros.

La parte sustancial de la acción transcurre en los años que preceden y siguen al trauma del 11-S y a los dos mandatos nefastos de Bush, sobre los que evidentemente Franzen es muy crítico, aunque ello no nos proporciona una visión particularmente esclarecedora de esa época, por otro lado aún muy reciente. Se agradece, no obstante, que Franzen tampoco sea demasiado complaciente con los demócratas y siembre las suficientes dudas sobre un progresismo que muchas veces no es más que una coartada, política y moral.

No obstante, lo más frágil de todo es el concepto mismo de «libertad» que subyace, como motor y reivindicación de la obra de Franzen, la idea de que todo consiste en “la capacidad de elegir”, un concepto tan pobre y desvaído que, en definitiva, lo reduce casi al ámbito del comportamiento del consumidor ante el mercado. Quizá sea esta pobreza y limitación de las ideas la que explica, en definitiva, la falta de una verdadera «cosmovisión poética del mundo», algo imprescindible para que una obra literaria abra verdaderamente nuevos caminos.