Las (malas) entrañas del Imperio
Si en su célebre novela «Los restos del día» el escritor británico (nacido en Nagasaki en 1954) Kazuo Ishiguro había desvelado los turbios entresijos de un sector de las élites aristocráticas inglesas en los años treinta, que simpatizaron abiertamente con el nazismo y propugnaron el entendimiento de Inglaterra con Hitler, en «Cuando fuimos huérfanos» (2000) hurga en otra de esas entrañas escondidas: la responsabilidad del Imperio Británico en el tráfico de opio destinado a «dormir a China» (para mejor dominarla) y en la «indiferencia» de sus élites cuando se produce el brutal ataque japonés contra ella (del que la reciente película china «Ciudad de vida y muerte» nos ha mostrado todo el horror).
J. Albacete
Kazuo Ishiguro, pese a lo dicho, no es un «escritor político», no hace novela histórica, sino que construye intensas tramas narrativas, en las que la recuperación del pasado inevitablemente se va trabando con los acontecimientos de una época, y al hilo de una acción determinada se van desvelando, en intenso claroscuro, algunas verdades olvidadas o difuminadas por la historia.
En «Los restos del día», Ishiguro tejía los recuerdos de un mayordomo británico ejemplar, Stevens, y al hilo de su memoria rehacía el clima de aquella gran mansión de Darlington Hall donde un sector de la aristocracia británica de los años treinta «jugaba» a promover la amistad con la Alemania de Hitler, simpatizaba abiertamente con las ideas antidemocráticas del nazismo y conspiraba a favor de un entendimiento entre el Imperio británico y la nueva Alemania, en puertas de la segunda guerra mundial.
En «Cuando fuimos huérfanos» (editorial Anagrama), Ishiguro traslada el núcleo de la acción de Europa a Asia, de la campiña inglesa a la turbulenta ciudad de Sanghai. Estamos en los años treinta, los años decisivos, cuando el planeta entero está en plena ebullición. Una verdadera prueba de fuego para las élites del Imperio Británico, que han gobernado el mundo a su antojo durante casi un siglo, sentando las bases de una hegemonía mundial que ahora se ve rápidamente socavada por la aparición de dos potencias agresivas (Alemania y Japón), que reclaman un nuevo reparto del mundo.
Christopher Banks, el protagonista de la novela, es el detective más célebre de Londres. Toda la «buena sociedad» londinense lo corteja y (como si fuera un nuevo Sherlock Holmes) espera de él que les libre de las nuevas y terribles asechanzas del mal que se dibujan en el horizonte. Pero Banks oculta en su vida un enigma que le acosa, que no logra resolver y del que él mismo es protagonista: cuando era niño y vivía en Sanghai con su familia, sus padres desaparecieron misteriosamente, tal vez secuestrados por la mafia china por un asunto probablemente relacionado con el tráfico de opio.
Banks, que ha crecido como un huérfano, sólo tiene recuerdos confusos e ideas vagas de lo que ocurrió. Entre esos recuerdos está la constancia de que su madre reprochaba a su padre que trabajara para una compañía que se había enriquecido importando opio de la India para «narcotizar», para «drogar» y «dormir» al pueblo chino, y poder dominarlo y expoliarlo mejor. Esa política deliberada del Imperio convirtió a millones de chinos en «bultos humanos» amontonados por las calles (así los veía un niño británico). Banks recuerda que su madre y «su tío Philips» celebraban reuniones en su casa para oponerse a esa política de las empresas británicas, hasta que de pronto, en el plazo de unos meses, su padre y su madre «desaparecieron».
Ese «asunto sin resolver» le atormenta (no sabe si ellos están realmente muertos o no), y tras muchas dudas, Banks decide finalmente enfrentarse al «caso de su vida», y viaja, en 1937, desde una Europa convulsa en la que emerge el fascismo y se avecina la guerra a un Sanghai convertido ya en un polvorín en el que los comunistas chinos hacen frente a la invasión japonesa. En esa ciudad turbulenta, cosmopolita y caótica, Banks va a tratar de encontrar las claves de su pasado, lo que le llevará a verse inmerso en una verdadera pesadilla kafkiana. Mientras la Comunidad Internacional mira los bombardeos de los japoneses sobre Shangai como fuegos de artificio, entregada a sus fiestas, al juego, al alcohol y las drogas, indiferente al sufrimiento del pueblo chino e inconsciente de lo que va a venir, Banks asiste al doloroso reencuentro con un pasado que no era, ni mucho menos, el que él esperaba.
Novela en cierta forma de «aventuras», con un claro aliento «conradiano», «Cuando fuimos huérfanos» corrobora a Ishiguro como uno de los grandes escritores de la lengua inglesa del presente.