Más frío que el hielo
J. Albacete
El escritor noruego Kjell Askildsen es uno de los grandes maestros vivos del relato breve y el testigo insobornable de un mundo desolado. Su lenguaje conciso y escueto, el ambiente minimalista en que se desenvuelven sus ralatos, la sensación de vacío y soledad que transmiten, su forma despiadada de dibujar las relaciones humanas y sociales y su inquietante capacidad de despertar los fantasmas ocultos e interiores de la gente, le han convertido en uno de los autores más potentes y leídos de Europa.
Kjell Askildsen nació en Mandal, Noruega, hace ochenta y dos años y es, desde hace medio siglo, uno de los grandes escritores de las letras escandinavas. Sus libros, traducidos a todas las lenguas europeas, han sido publicados en España en los ultimos años bajo el sello editorial Lengua de Trapo. En abril de 2008 apareció, además, una edición de bolsillo que reúne lo sustancial de su obra, en un librito titulado «Todo como antes».
Los cuentos de Askildsen, aunque la crítica no deja de remitirlos a una serie de influencias obvias (Chejov, Kafka, Beckett, Carver), están definidos por un patrón tan singular y propio, que más que reflejar moldes ajenos (por otra parte inevitables: ¿qué cuentista de cierta envergadura podría sustraerse a semejantes influencias?) se podría decir que crean su propio molde.
Los cuentos de Kjell Askildsen consisten en breves y rápidas inmersiones en las aguas heladas de la vida cotidiana. La cotidianidad, la rutina del ser humano, es su objeto favorito de contemplación. El autor noruego no necesita hechos extraordinarios, ni raros, ni espectaculares ni violentos (crímenes, robos, violaciones…) para poner en tensión sus relatos. Simplemente salir a la calle o encontrarse con un pariente es suficiente para hacer aparecer una boca del infierno y para dejarnos completamente helados.
Kjell Askildsen no moraliza, no juzga, no condena, sólo relata, como si de un aséptico notario de la realidad se tratara. Pero esa mirada suya -limpia, clara, nítida- está cargada de intencionalidad. Pequeños detalles, conversaciones intrascendentes, movimientos repetitivos y reflejos…, sirven para crear una atmósfera desolada en la que los fantasmas ocultos de los personajes (su soledad, sus fobias, su vacío, sus deseos reprimidos, su angustia…) emergen de una forma punzante y vívida.
Con pulso firme y elegante, Kjell Askildsen construye sus relatos empleando una ambientación minimalista. Una casa con jardín y una tumbona, un salón, un comedor, una calle… y dos personajes, son material más que suficiente para que el horror de la vida pueda manifestarse en toda su magnitud.
En sus cuentos, Askildsen atrapa la aclamada y bendecida «sociedad del bienestar» (en su modelo más completo y desarrollado: el modelo escandinavo) para mostrarnos que es un cascarón vacío donde no sobrevive ya el menor sentimiento, la menor emoción.
En los cuentos magníficos de «Últimas notas de Thomas F. para la Humanidad», Askildsen emplea como narrador a un anciano solitario y cascarrabias de más de 80 años que vive en una espantosa soledad, y lo va enfrentando a una sucesión de hechos y encuentros cotidianos. Con acerado humor negro, el autor va desgranando el mundo de miedos agazapados, rencores hibernados, cinismo, infelicidad y sentimientos clausurados en que consiste su vida vacía y la imposibilidad de salir de ese pozo ciego, donde la vida se mantiene por puro efecto de la congelación.
En los relatos de «Los perros de Tesalónica», el mundo de las parejas, de las familias, examinado sin piedad, queda reducido al monstruo bicefálo del cinismo. La tensión en que viven las parejas se puede cortar con un cuchillo. Viiven su vida rutinaria en espacios de gran belleza -hermosas casas con jardín frente a los fiordos o el bosque-, pero que, en realidad, no son sino cárceles en que cada uno está completamente solo, petrificado en un gesto de solidaridad hueco, con deseos de huir pero sin voluntad para escapar. La vida cotidiana familiar no es más que una cadena de mentiras repetidas un día sí y otro también, reiteradas hasta la náusea, sin el menor efecto y sin ningún afecto. La familia queda literalmente representada -en palabras de un crítico- como «un nido de ratas que roen las ilusiones hasta dejar en evidencia una colección de nihilismos».
Con un lenguaje acerado, escueto y cristalino, Askildsen se revela como un verdadero maestro en el arte de captar y reflejar el malestar que late en las entrañas de las ansiadas «sociedades de bienestar», donde parece que la vida es cálida pero en realidad hace más frío que en el mismísimo hielo.